Una anécdota, un cuento, como lo queráis llamar.
Para mí, una enseñanza de la madre y
maestra vida.
El encanto de las rosas es, que
siendo tan hermosas,
nunca saben que lo son.
Una anciana de raza gitana
acudía cada martes, con su tenderete de zapatos, a un baratillo que se ubicaba cerca de mi
habitual cafetería.
Cada mañana de martes entraba, se acomodaba, me miraba… Un
día le sonreí. Al martes siguiente me dio los buenos días. Al siguiente me
dijo: ¡qué joven y qué guapa! Otro martes más, me regaló un pasador de pelo y
me pagó el café.
Y un día le dije: siéntate
aquí conmigo.
Desde entonces me esperaba, me obsequiaba, me contaba su
triste vida, cargada de hijos, enfermedades y un mal hombre.
¿Empezó todo por una sonrisa mía? No, empezó todo por una
mirada de ella.
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