Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

29 mar 2014

Cuento: El jardinero del rey


Y yo, para no ser menos que el viejo jardinero, 
creo mi periscopio 

  
Un hombre sencillo y trabajador, nacido y criado en el campo, había dedicado su vida a cultivar la tierra y, sobre todo, dedicaba gran parte de su tiempo a un pequeño jardín donde crecían las más bellas flores de toda la comarca. Un día, estando el rey de cacería, pasó por aquel lugar y quedó maravillado del colorido y variedad de aquellas flores, exclamó: ¡Qué belleza! Quiero a este hombre en palacio.
 Y aquel hombre sencillo, hecho a los rigores del campo, tras mediar unas palabras con el rey, fue trasladado a palacio donde se le encomendó el cuidado del jardín real, poniéndole a su disposición cuanto iba solicitando para realizar su trabajo. Pasó el tiempo y una mañana, el rey se dijo: Ya ha llegado la primavera. Quiero pasear por mi jardín y respirar el perfume de las rosas más bellas de todo mi reino.
Sucedió que, al adentrarse por los arriates y caminos de aquel hermoso jardín, en lugar de las rosas que esperaba, y que ya conocía, a diestra y siniestra, habían crecido unas raras especies, cuyos colores, aromas y variedades eran por todos desconocidos, excepto por el jardinero que, satisfecho por los resultados, trató de explicar al rey: He querido sorprender a su majestad con estas flores, fruto de muchas horas de trabajo, de investigación, estudio, horas de ilusión hasta conseguir estas inéditas variedades. El rey, sin entender palabra, airado, exclamó: ¡Yo no te contraté para que pensaras, investigaras! Yo lo único que deseaba de ti eran las rosas de tu jardín. ¡Rosas, sólo aquellas  rosas!
Y lo mandó encarcelar, tras un corto juicio en el que la acusación del rey era explícita:  Por pensar y desobedecer órdenes.
Pasaron unos años y, viejo y olvidado de todos, el jardinero murió en la prisión, pero, alrededor de su tumba, cada primavera, crecían rosas que transformaban aquel lugar  en un maravilloso vergel de flores tales que sus pétalos, a la luz del sol, emitían irisaciones contempladas por gente de todo el mundo que acudían cada primavera a contemplar extasiados el milagro en la tumba de un  vulgar y pobre jardinero
      

21 mar 2014

Susurros de primavera



Para mis amigos de este Blog con un beso de primavera


Como mejor ilustración, un dibujito de mis alumnos/as


Cielo, divina filigrana. de nubes negras, grises, blancas...
                                                                Silencio, soledad…

Sierra, corazón salvaje de jaras, matorrales, pinos…
que laten en montañas, abismos, yermos, valles...

Aire fresco que convulsiona las ramas de los frutales
en  sonoro, místico y nostálgico misterio
que rememora  oleajes de playas en calma.

Ladridos lejanos, ruido alto de aviones,
canto ancestral de gallos, chirriar de pozos...
Y encinas, chaparrales, tomillo  romero…

Y  yo aquí, estacionada, elemento más del paisaje, nacimiento
asisto al parto lento de la primavera que ya se anuncia
en inocentes aleluyas de amapolas y manzanillas,
que van segando verdes en reverente sintonía con el crepúsculo
que de tonos violáceos va tiñendo el horizonte.

Quiero que me posea este rincón de la tierra
donde los ecos del silencio reverberan
                                                           palabras,  gestos, amores...
Oscurece  el cielo, se acaba el día.
Pero ha vuelto la primavera
                                                   Isabel Agüera

12 mar 2014

Crisis de buzones



 CARTAS AL DIRECTOS/ DIARIO CÓRDOBA
Isabel Agüera
12/03/2014
¡Pues eso que también ha llegado las crisis a los buzones de correos y que echar una carta es una auténtica aventura! ¡Ea, sin más ni menos, a talar buzones! Y yo me pregunto, ¿y qué han hecho estos inocentes ingenios? ¡Con lo bien que resultaban en plazas y esquinas con su amarillo chillón y su boca abierta en espera de nuestras íntimas misivas! ¡Pero, si no pedían pan n, ni pensión, nii tan siquiera una manita de pintura! ¿a qué viene esa radical siega? ¿A quién beneficia? ¿A los carteros? Pero si allí, justito al lado han dejado los lúgubres e impenetrables verdosos de su exclusiva propiedad? ¿Que hoy día no se escriben cartas? Pues no sé cómo hacer con tanto papeleo como exigen con firma de puño y letra? ¿Y cómo se comunica la tata con el tate? ¡Que no todo el mundo tiene Internet! Y no digamos el lance de comprar sellos: autobuses van y vienen en busca de un estanco que, cuando al fin lo encuentras, amablemente te indican dónde está el próximo que, como mínimo, media un kilómetro, porque ya no trabajan ni sobres ni franqueos. 
Me indigna, me cabrea los paseos que llevo dados portando una carta a fin de cumplimentada dejarla en "buenas manos" o sea, en el buzón. Y añoro --me dan motivos-- el pasado cuando, por ejemplo, en mi pueblo, la gran cabezota de un dragón era objeto no solo de recogida de cartas sino que a los niños nos atraía y parecía mágica aquella bocaza traga cartas.
Nada, ¡al garete el invento! A los restos del círculo amarillo que ha dejado mi habitual buzón, le he hecho una fotografía y al pie de ella un descanse en paz. Amén.

10 mar 2014

De la mujer que le salieron goteras



Que no se apague jamás, la antorcha de la ilusión

Una mujer sexagenaria vivía sola en una casa llena de recuerdos. Cada amanecer, ilusionada, se levantaba, salía a la calle, paseaba contemplando cómo crecía el día e invariablemente se repetía: ¡Qué feliz soy!  Tengo mucho; no preciso más.
Pero una mañana, tras larga noche de lluvia, nada más abrir los ojos observó sobre su cabecera una mancha de humedad que auguraba una gran gotera.
¿Cómo? –se dijo– No puedo consentirlo. Debí preocuparme de limpiar el tejado antes del invierno. Hoy mismo Me pondré manos a la obra.
Efectivamente, logró que le limpiaran el tejado, si bien le advirtieron que estaba mal por el paso de los años.
La mujer se dijo: No, no son los años; son mis despistes. Cambiaré tejas y todo volverá a ser nuevo. Y así lo hizo, pero he aquí que tras una tormenta, el techo de toda la casa comenzó a resentirse, no sólo de manchas sino de consumadas goteras  que irritaban a la mujer y la obligaban a poner remedios, al tiempo que se repetía: ¡Qué mal hacen las cosas! Cambiaré las vigas, por si acaso.
Pero, al menor chaparrón, las goteras se multiplicaban y cada vez eran más visibles a familiares y amigos. No obstante, la obstinación de la mujer la llevaba a disimular y su empeño de repetirse: ¡No, no lo voy a consentir!  Mi casa está muy bien hecha, mi casa es fuerte, mi casa está hecha a la antigua y se conserva como el primer día… La culpa es de los operarios. La culpa es del fuerte viento. La culpa es de mi falta de previsión…
Y, sin cesar, parcheaba cuantos deterioros se producían.
Llegó un día que la mujer, consciente de que no podía atajar el progresivo deterioro de su casa, reflexionó y se dijo: Verdaderamente esta casa tiene ya muchos años. Pero no tengo otra, ni puedo vivir en constante pelea con estas cuatro paredes que han sido mi cobijo y el de mi familia. Pondré palanganas y cubos a las goteras, buscaré los mejores remedios para evitar otras nuevas; tendré que aprender a convivir con ellas.
Y a partir de aquel día, la mujer  notó que aquellas agresivas goteras, si bien caían, lo hacían  con más suavidad y producían un agradable sonido que la adormecían en sus peores horas como si de un relajante concierto se tratara.

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Queridos amigos/as: El arte de envejecer, desde mi punto de vista, consiste en prevenir, aceptar  y vivir. 
Los disimulos, el querer parchear con los años y deterioros es, ante los demás, como un tremendo ridículo


1 mar 2014

Hija "predilecta"

Queridos amigos: un sencillo reportaje de un día muy especial para mí. Espero os guste.


Sencillo reportaje