Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

30 sept 2014

La privacidad es un valor


MAESTROS
DIARIOCÓRDOBA/ EDUCACIÓN
 01/10/2014
El derecho a la intimidad implica que por nada del mundo se puede invadir la esfera de otros, como pretenderíamos  se hiciera con la propia. Frase de Luis G. Carrillo Navas que comparto totalmente ya que, como otros muchos valores, la privacidad anda perdida en la hojarasca de medios que la allanan sin pudor alguno y con el consiguiente daño que tales licencias arrastran. Todos, pequeños y mayores, tenemos derecho a que se respeten aquellas cosas que nos pertenecen y que no deseamos compartir.
El campo de la educación es tan extenso que por mucho que deseemos alejar nuestra mirada, jamás alcanzaremos tal horizonte hacia el cual, no obstante, debemos caminar tanto padres como maestros. De ahí que este valor no solo deba ser discurso recurrente en determinadas ocasiones sino que hoy día, cuando a todos los niveles se pisotea la privacidad, tendríamos que estar en trance de alerta constante para formar a nuestros hijos y alumnos, ya que la violación de este valor es el “pan nuestro y de cada día” por parte de todos.
No se puede entrar en una habitación con la puerta cerrada sin llamar previamente y pedir permiso. Y da igual que sea la de un hermano que la de unos padres o fuera de casa. No se pueden leer los mensajes del móvil de nadie absolutamente y por mucha confianza que medie. Tampoco, aunque conozcamos la clave de un determinado correo electrónico, podemos acceder a él sin permiso. No podemos registrar cajones, armarios taquillas de alguien por mucha confianza que tengamos, ni leer cartas, ni cotillear, curiosear y hablar de la vida de los demás, revelar confidencias y un largo etc.
Vulnerar la privacidad es humillar, pisotear sin pudor algo tan íntimo y personal como es este monto.

22 sept 2014

Ya estamos en el otoño


Queridos mayores: Una reflexión en este primer día de otoño. Que seamos conscientes de lo bellos y cálidos que pueden ser los  crepúsculos. 
Ya  estamos en el otoño.  
Y hojas que caen, y pájaros que emigran,
y tormentas, chaparrones, recuerdos, nostalgia,
 música, sí, remanso de agua clara,
 latidos cálidos que se escapan de la lira que es mi alma.

Árboles amarillos sobre el verde pardo del jardín
Fresca brisa que enmudece y renace mi alma.

Llega el pardo de las hojas, ya.
Filigrana de nubes, ya.
Aquí, en este jardín de sol tras la lluvia,
nítidas voces de niños en juegos lejanos.
Huellas sobre el albero.
Paseos abandonados…

Un tren,  dos trenes...

Y en este mi solitario bosque de felicidad
un puñado de diáfanos paisajes,
nevada colmena que late por las celdillas,
mieles de mi corazón,
que se avientan y  tornan ecos. 

Ya estamos en el otoño,
Y mi alma anclada en plácida orilla de un mar
 que dejando atrás oscuridades
 sólo mueve brisas y entona himnos 
a la belleza oculta de las cosas
en esta hora de quietud,
en esta hora de visajes, interrogantes, contrastes,
en esta hora de profundas reflexiones.
                 En esta hora de vida y muerte.

Ya estamos en el otoño


1 sept 2014

El drama de los Mayores


DIARIO CÓRDOBA/OPINIÓN
ISABEL Agüera 02/09/2014
         De mis soledades vengo / a mis soledades voy...
Ni estoy bien ni mal conmigo, más dice el entendimiento que un hombre que todo es alma está cautivo en su cuerpo  (Lope de Vega). 
¡Cuántas veces he leído este poema! Ayer mismo fue la última y tras escuchar a un anciano que me contaba su vida. Sí, porque, con resignación, se lamentaba de cómo llega un momento en el que el alma no cabe en el cuerpo --decía--, porque una cosa es querer y otra poder. Me pareció entenderlo bien porque los años, pasito a pasito, nos van segando, o al menos debilitando, facultades a todos, pero como dice Amiel, "saber envejecer es la obra maestra de la vida", y no digamos cuánto valor y voluntad hay que derrochar ante el tremendo drama del que se va aproximando a la vejez, sintiendo, no obstante, que su alma sigue siendo muy parecida a aquella con la que jugaba cuando era niño. 
Pero todo pasa a dar error: la vista, el oído, los dientes, las piernas, los dolores, el cansancio... Una mijita de pulmón, una mijita de corazón, la tensión, el azúcar, etc. etc. y como me decía este buen hombre, parece una total insurrección que te niega, prácticamente, la posibilidad de seguir mínimamente haciendo aquello que deseas. 
Y a todo esto habría que añadir una especie de constante justificación ante los demás por seguir existiendo, ya que las expresiones que te rodean suenan a reproches: "¡Pues yo firmaría por llegar a tu edad!" "¡Y vaya si te has cargado ya a gente!", etc. Y no digamos la incomprensión que conllevan frases como estas:  Es que no quieres moverte", "es que te has vuelto muy cómodo", etc. 
Y el anciano, con su alma de niño y con lágrimas en los ojos, sigue soñando con el mar, y con escapadas a la montaña y con sus horas de amigos y vivencias compartidas, y con amores, besos y palabras que fueron música en sus oídos y alegría en su caminar, pero, error, sobre error, sin haberlo leído ni tan siquiera una vez, repite o inventa los versos de Lope: "De mis soledades vengo, a mi soledades, voy".

Postal: Ternura




No hay palabra más bella que esta: ternura. No obstante, está prácticamente olvidada, porque en los tiempos que corren se impone la creencia de que para ser alguien, hay que ser duro. Creencia que no comparto. Prefiero un momento de ternura a una vida de ser alguien.
Es un engaño de esta sociedad de absurdas maratones, pisando la cabeza de quien pueda correr más. Y yo me pregunto: ¿para qué? ¿Acaso somos eternos? Y corremos, corremos.
Queremos, buscamos ser alguien mientras el mundo clama por ese momento de ternura.