Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

28 nov 2013

Enseño a mis nietos cómo tratar a los abuelos.



En el bog que dedico a mis nietos y nietas, les aconsejo cómo tratar a los abuelos, sobre todo en las fiestas que se aproximan. Si te intersa, haz clic en el siguiente enlacen


Y aquí os recuerdo a nuestro 
querido y particular Papa Noel
de todos los años y que ya prepara los aguinaldos.


Mis queridos nietos y nietas: Se aproxima la Navidad, la Noche Vieja y Reyes, fiestas que siempre  me gustaron más que ningunas por ser, al menos para nosotros, fiestas de convivencias familiares que tanto nos gustan a todos pero, más que a nadie a vosotros que, como todos los niños os sentís felices rodeados de titos, primos y posiblemente de abuelos.

Por eso, hoy os quiero recomendar algunas cositas de cara a los abuelos y abuelas que tanta nostalgia y recuerdos les provocan estas fiestas y que sin embargo, callan, sonríen y obsequian a todos de la mejor manera que pueden.
Pero hay detallitos que debéis saber para lograr que no solo se sientan bien, sino muy bien y reconfortados con vuestro cariño, sobre todo, cariño que a veces no sabemos expresar o expresamos mal.
Bueno, pues si tenéis la dicha de compartir comidas y convivencia con ellos, no olvidéis estas recomendaciones que os dejo aquí y que, por supuesto, son válidas no solo para unos días y para vuestros abuelos, sino para todos los mayores en general y siempre
¡Venga, sacad boli y libreta y  vamos al turroncillo que ya ronda vuestras despensas!

Cuando, por ejemplo, vuestros abuelos siempre, pero en especial estos días, vayan a vuestras casas a comer o sencillamente a estar un rato recibidlos con alegría y no os quedéis sentados, mirando, por ejemplo, a la tele o al móvil como si no hubiese llegado nadie. Salidle al paso, dadle un beso, cededle el sitio que pueda serles más cómodo, anticipaos a sus necesidades, preguntadle alguna cosilla que les dé oportunidad de hablar y se olviden de sus años y ausencias,  que serán muchas.

¡Ni se os ocurra llamarles antiguos si inician algún tema relacionado con el pasado. Escuchadlos con atención porque en su “mochila” pesa mucho más pasado que futuro. También en la vuestra de hoy pesa ya el antiguo de ayer.   
  
Si los abuelos comen o conviven en familia, atendedlos de forma que se sientan unos más, pero con la delicadeza que les haga a un tiempo sentirse también queridos, deseados, considerados y hasta celebrados. ¿Qué como se hace eso? El amor, solo el amor, hacia ellos os dictará el cómo. ¿Acaso necesitáis que se os diga cómo comportaos con ese chico o chica  que tanto os gusta y por el que ya sentís algo más que amistad?

Los abuelos y abuelas, por lo general, han perdido con el paso de los años, oído, vista, memoria y muchas más cosas. Así que no le habléis a gritos, ni le digáis, estás sordo, estás ciego, estás empanado, etc. Bastante tienen con sus problemas y limitaciones para que alguien se los resalte y recuerde.

No llaméis nunca viejos a los abuelos por muchos años y achaques que tengan. Vieja puede ser, por ejemplo, una mesa o una silla porque ya no sirva y halla que sustituirlas, pero las personas no son sustituibles y mientras vivimos, nos queda algo por hacer, aunque tan solo sea testimonio para recordar a los jóvenes aquello de… como te ves, me vi; como me ves, te verás…

Si los abuelos os recomiendan algo, puede que sus palabras os resulten torpes, puede que no os gusten o que no os sirvan, pero podéis estar seguros de que las palabras que salen siempre de sus labios son las  mejores palabras que tienen, impregnadas del mayor amor posible.

Cuando los abuelos, por ejemplo, os pidan que pongáis la tele más alta,  cuando os pregunten dos veces las mismas cosas o cuando tropiecen, etc. no exclaméis, como lo hacemos muchas veces, cosas como estas: no oyes, estás ciego, ya me lo has dicho dos, tres veces, etc. porque con vuestras expresiones estaréis “tirándole” a la cara, sus evidentes  e inevitables torpezas y solo conseguiréis que se sientan peor de lo que ya están. 

Si los abuelos o alguno de ellos viven por necesidad de cualquier orden en vuestra casa, pensad que no solo precisan un plato y una cama,  necesitan, sobre todo, su espacio por pequeño que sea y, a veces, más que espacio físico, se trata de un respeto absoluto a sus silencios, siestecitas, a sus programas de tele, a su tiempo en el lavabo e incluso respeto a sus pequeñas manías.

 Borrad,borrad, para siempre de vuestros labios, esas horribles palabras que  suelen usar los jóvenes, cuando los padres, los abuelos les preguntan algo que no  les gusta: ¡que me dejes! Si no queréis hablad de ello, sonreíd y callad que ya es una buena contestación

Y, bueno, que lo dejo hoy, pero que no hemos terminado. Os espera estos días, especialmente, un buen chaparrón de consejitos y no os preocupéis del comportamiento de los mayores que también me encargo de  ello en el Blog que les dedico. ¿Vale?
Besos, besos, muchos besos de esta abuela que se le queda la boca chica para deciros cuánto os quiere.


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19 nov 2013

Carta a mi niña de color



DÍA INTERNACIONAL DEL NIÑO


PARA TI HICE ESTE SENCILLO DIBUJO 
DE ARCOS DE COLORES, MI QUERIDA NIÑA,


Como si  de repente me   hubieses nacido, tengo tu foto entre mis  manos que me tiemblan y me sobran para acunar tu cuerpo que más bien son pañales de recién nacida que me huelen a mimos perfumados y limpios. Al pie de la foto tres palabras que  sobrevolando cielos han aterrizado en  mi buzón: tu niña negra.
La historia de esta insólita “propiedad” fue el repente misionero de alguien lleno de amor por sus hermanos los hombres, y que en sus mejores años de joven, emprendió vuelos hacia el Tercer Mundo, cuna negra que espabila sueños en eternas noches de hambre.
Y allí, en un desvelo de mosquitos   y sudores, a la luz de una nada, perdida en el olvido de todos, mis cartas  arrulladas por la agobiante sinfonía de grillos y chicharras.
No merezco tal honor, pequeña, y, sin embargo, cuando supe que, puntualmente, mis pobres y, a veces, torpes palabras viajaban a esa mansión de fatigas y rigores, me gratificó tanto que,  aunque quisiera, no podría faltar a esa cita en la que mi nada   se hace presente  ahí, donde la soledad y la incomunicación, las más insufribles armas, son una palpitante realidad  de cada minuto.
¡Eres preciosa, mi pequeña niña! Te esperaba, desde aquel día que la” mamá-blanca “,  poniendo a prueba todos sus valores, te arrancó de un vientre exhausto para  abrir tus ojos a la vida.
No me canso de mirarte, porque no eres un sueño bonito en el que deleitarme  y pasar más tarde a la página del olvido. No, tú, pequeña Isabel negra, eres de carne y hueso, a la que cuanto más miro más puedo reconocer como mía, y no porque lleves mi nombre,  sino, porque, al tenerte entre mis manos, noto que me brota un manantial en los adentros que  me llena de fervores como si amaneciera en un día festivo.
 Que esa misionera que te puso mi nombre haga con este trozo de papel una pajarita que salte y se arrugue entre tus manos. Así  percibirás, jugando,  el cálido beso fuerte que te envío, posando mis labios en tu carita negra, mata de cabellos anillados.

16 nov 2013

Sonrisa en las gafas




La buena conciencia conserva sonrisas aún después de la muerte

Ella, sin consuelo, seguía llorando la muerte de él. Habían pasado meses de aparente calma para todos, pero ella vivía a dúo cada hora, cada minuto de su existencia.
Él, único hombre de su vida, murió cuando ya los verdes de la primavera asomaban por los campos y las golondrinas volvían a revolotear por sus  nidos de siempre.
Ella, un día, abrió con reverencia aquel cajón de la mesita de noche, cofre de las pocas pertenencias de él. Y allí, entre sus manos, aquellas gafas que le acompañaron en vida, cristales que conservaban huellas de sus últimas miradas.
Ella se las puso y entre borrosas imágenes, nítida, muy nítida, él y su sonrisa, sonrisa que jamás se apeó de su rostro.




7 nov 2013

Soledad

Para todos  aquellos que, por alguna causa viven en soledad, esta mala poesía que les 

dedico con mi  mayor cariño y solidaridad.




Palacio de reposo es mi casa.
Mágica voz, mi corazón palpitante
en el silencio profundo que sólo mi alma escucha.
¡Qué  sosegado  trajinar  presiento en la noche
desde  este mi solitario bosque de felicidad!
Imagino  nieblas y  vientos  y  la fría luz  neón
en medio de un mundo reptante
cuyas lunas reverberan áridos paisajes,
que hablan, que gritan...
señalando el índice del tiempo pasado,
transmutado en ruinas sin remedio.

¿Quién ha espantado los mil verdes
que cubrían el césped, alfombra de mis pies?
¿Quién ha borrado el mágico aleluya
de la partitura, sintonía de mi rítmico vivir?

Sí, la noche me desgarra sin encontrar
dónde posar mis pensamientos.

Por mi ventana, cielo.
Sobre mi almohada, un libro.
En mi memoria, un amor en la cima de un sueño.
En mis labios, una palabra:  DIOS.

No, estas poéticas palabras no contradicen  mi decisión de ser feliz, a pesar de mis inevitables retornos a otros días, pero trato de transformarlos en creaciones nuevas.

4 nov 2013

Los nietos preguntan


DIARIO CÓRDOBA/ OPINIÓN
ISABEL Agüera 05/11/2013
Mi nieto de siete años me preguntaba: ¿Abuela, tú vas a ir al cementerio a llevar flores al abuelo? Mañana es el día de los muertos, ¿no? 
Por supuesto que le contesté con mi verdad porque, por mucho que digamos que los niños de ahora no saben nada de nada, ¡a bien que no preguntan, opinan, piensan, etc.! Y bien, alguien que leyó mi respuesta en el blog que dedico a mis nietos, exclamó: ¡buen tema para un artículo! Y en ello estoy. 
Verás --le dije--, a mí me gusta ir al cementerio, cuando quiero o necesito pasar un rato de paz, de tranquilidad, un tiempo, aunque sean unos minutos, de estar frente a la losa del abuelo, limpiarla, ponerle flores y recordarlo de forma muy especial. Y eso que yo quiero, en estos días, es imposible, porque hay gente a montones por todas partes, hombres que te ofrecen desde escaleras hasta hacerte fotografías junto a las tumbas, etc. El cementerio, así, es más un baratillo que otra cosa. Y a mí no me gusta nada de eso. ¿Entiendes? 
Por otro lado, todas esas cosas que se llevan y traen a los difuntos es como una obligación o devoción más, pero que daría lo mismo poner esas flores a la fotografía del ser querido en nuestra casa. Y la razón es muy sencilla: allí no está, en nuestro caso, el abuelo, allí no están sus palabras, sus pensamientos, allí no está su vida, su alma que, si somos creyentes, pensaremos que está con Dios y, si no lo somos, con más razón pensaremos que no hay nada de nada. 
Pero el niño, con más luces que una feria, me volvió a peguntar: ¿Y por qué vas al cementerio si dices que allí no está el abuelo? Porque están sus restos, precioso, y es una forma de mantener cuidado, limpio y "adornado" el lugar donde se guardan, pero respeto lo que hagan los demás. ¿Entendido?
¡Regulín, regulín! --exclamó--. ¿Y tú dónde crees que está el abuelo? ¡Uf, otro día! ¿Vale? Vale, pero que no se te olvide, ¿vale? Vale.