Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

7 may 2011

Aprender a Envejecer



Sobre nuestras cabezas otea siempre la huella de un Dios
Solo hay que mirar y ver.



A medida que vamos cumpliendo años, es cada vez más frecuente, a diestra y siniestra, ir repitiendo frases como éstas: ¡Pero si no pasan días por ti!, pero, ¡si estás igual que siempre!, pero, ¡si estás hecho un chaval!


Y claro, a tan generosas expresiones, correspondemos: ¡Pues anda que tú! ¡Si cada día se te ve más joven!


No hay duda de que, en el fondo, nos dejamos llevar, inconscientemente, por una metodología conductista: estímulo respuesta. Lo que más nos interesa, por supuesto, no es que el otro esté o deje de estar igual que siempre, sino que nos haga creer que lo estamos nosotros.


Y de estar cada día más joven, nada de nada. Puede que hayamos perdido o ganado unos kilos, puede que, por cualquier causa, llevemos el  “guapo subido” y puede que nuestro aspecto, atuendo, etc, nos haga parecer de verdad ante los demás que los días no pasan por nosotros.


De cualquier forma, para mí, ese vaivén de mentirijillas, me resulta divertido, aunque, sinceramente, me provoca pena.


Sí, pena, porque, en definitiva, se trata de ir pregonando algo que no aceptamos: que vamos envejeciendo.


Y bien conocido es aquello que dice:  Empezar a sentirse joven es el primer síntoma de la vejez.


Entre los muchos párrafos acer¬tados del protagonista de mi novela “Sol de Otoño”, en carta a sus hijos, dice:


Quiero confesaros que, desde siempre, he luchado por dejar “lleno” mi espacio vacío. Lleno, con mis lágrimas calladas, con mi trabajo realizado, minuto a minuto, con amor, lleno de mi huellas apretadas al duro camino de la vida que, tantas veces, me hizo paladear el agridulce de sus contrastes, lleno, ante todo, por la fe que me animó siempre en mi profunda soledad.


Estas cosas os las digo, queridos mayores, con el corazón en esta  mano que sigue sin flaquear   para sostenerlo.

De todas formas si, a mi partida, no encontráis ese calor, esa luz, esa vida que yo he querido imbuir a mi espacio vacío, no os preocupéis creyendo que he sido una pobre tonta, cargada de utopías.


Yo no estaré para comprobarlo y, en la vida, me ha servido para gozar, sintiéndome portadora de una inmensa felicidad, y receptora, ¡como no!, de esa ilusión virgen que emana de los momentos que se suceden, casi a espaldas del mundo que, a toda prisa, gira y gira...a


No se nace viejo, pero la meta hacia la cual nos dirigimos lleva ése, para muchos nombre insoportable de reconocer y aceptar la vejez.


Y el viejo se hace en el transcurrir de los años.


Para mí la mejor terapia es la de vivir, sin obsesión, el paso del tiempo, entre otras razones, porque cada día todos somos más viejos. Es decir, de esta apretada vuelta de tuerca no hay quien escape.


Además, si al mirar hacia atrás, uno reconoce un camino como propio, uno nota que sus manos se han multiplicado al calor del amor por los demás, si al mirar hacia atrás, uno se reconoce en ...“un árbol, en un hijo, en un libro”, bien puede asumir sus años con paz y alegría, bien puede esperar el final sin agobios ni pesares.
Porque la vejez no llega en un repente: nos vamos haciendo viejos, y cada paso en esa dirección debe llevar el sello de lo imperecedero.

No sólo nos espera la muerte. Nos espera, si tenemos fe -yo quiero tenerla- el abrazo con un Dios que nos aguarda. Y en cualquier caso, el descanso en la satisfacción de un deber bien cumplido.


¡A prepararnos, pues, que el tiempo apremia!