Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

1 sept 2016

Caminos rotos

Buenos días, amigos. Vamos por otro viernes caluroso, primer fin de semana de este septiembre que no volverá. Vistámoslo de gala con las mejores pinceladas que podamos dar al lienzo de nuestras vidas.
Hoy, un breve, muy breve relato. Espero que os guste y, sobre todo, nos sirva para ser un poco más solidarios con los mayores, enfermos, etc.

CAMINOS ROTOS
Él, anciano de pelo muy cano que le rebasaba el ala de un destartalado sombrero,  mirada grande, palabras pacientes, tiernas, murmullo de caricias infinitas. Pasos cortos, torpes, macilentos, viejos… Manos agarrotadas por una galopante artrosis.
Ella, rebosante de carnes blandas, en un sillón de ruedas, apenas hablaba, apenas se movía, apenas rastro de ser humano, bulto vegetal que, de vez en cuando, en un  galopante alzhéimer, mascullaba ininteligible y agrios,  sonidos.  .
Él y ella, inquilinos, por caridad, de una mísera habitación por casa. Matrimonio de toda una vida, cargados de hijos, en soledad y abandono, convivían.
Ella, estática, eclipsada, perdida… ¡Sabe Dios! 
Él, amor a flor de piel, escuchaba y respondía a sus exigentes silencios e incansables urgencias: sí,  ya te voy a dar de comer, ya te voy a lavar, a peinar, a poner guapa. ¡Ya voy! ¡Ya mismo voy!
Él y ella, a veces, en silencio, se miraban, como queriendo reverberar,  con fervor de lágrimas, migajas de recuerdos, voces ahogadas, silencios de años, caminos rotos…