Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

25 sept 2013

Breve relato: El loco





Hacía frío ya.
Los primeros aguaceros habían asentado el polvo de los jardines. Todo el paseo era como una misteriosa y repentina caída del otoño. Atrás quedaban los jugueteos de niños por caminos y fuentes. Atrás, los reposados silencios de los viejos. Atrás, alegres y cómplices coqueteos de enamorados.
El paseo era una sombra sin más perfiles que las copas peladas de los plataneros, sin más vida que la de aquel desarrapado y pobre "loco" que seguía paseando encogido como si siempre llevara frío, con la cabeza acurrucada entre los hombros y  doblado su pequeño cuerpo en un incontrolable tic que se adivinaba entre los pliegues de una vieja gabardina.
Día tras día, en todas las estaciones, recorría, de la mañana a la noche, el paseo, camino del río, y allí, justo en la orilla, entre álamos y cantos de pájaros, se quedaba eclipsado en interminables murmullos que nadie entendía y que más bien parecía como si hablara a la corriente.
La gente lo miraba con indiferencia y repetía: ¡Pobre loco! ¡Cualquier día no vuelve! ¡Mejor así!
Él, para sus adentros, adivinaba, sonreía y exclamaba: ¡Pobres locos! ¡Cualquier día se van y no vuelven! Lo peor es que no  lo quieren saber. ¡Mejor así!

21 sept 2013

Ya estamos en el otoño




YA  estamos en el Otoño.
Doblan de nuevo las campanas.
Empieza el mes de Ánimas.
Llega un año más el día de los Difuntos...

Y trenes que pasan,
hojas que caen,
papeles que vuelan,
 pájaros que emigran,
y tormentas, chaparrones,
 recuerdos, nostalgia...

Música, sí, regazo  de agua clara
latidos cálidos que se escapan
                                               de la lira que es mi alma.

Y en este mi solitario bosque de felicidad
un puñado de diáfanos paisajes
nevada colmena que late por las celdillas...
                                               mieles de mi corazón
que se avientan y  tornan ecos
que se funden con el negro...
                                               negrísimo yermo.
Estamos en el Otoño...
En mis ojos, una lágrima...
En mis labios, una palabra...
                                               sólo una:  Amor

19 sept 2013

Historias de vida I El borracho



  ¿No habrá manos que aparten
de los seres humanos la primera copa borracha?


  Queridos amigos: historias, relatos  breves de cara a una lectura sencilla y  amena que os distraiga y conecte, posiblemente, con vuestras vivencias, en mucho, semejantes a las mías, a las de todos los mayores y que no estaría de más, conocieran y compartieran los jóvenes


Entre dos luces. En medio de la plaza, como un bulto informe, solo, con la primera rociada de la noche encima, duerme un hombre: el borracho.
Fuego en el horizonte y el rastro luminoso, brillante... de un avión  en el cielo.
Hace frío en la plaza. Una plaza cubierta  de hojas amarillas y crujientes en el otoño de  plataneros, desnudos ya, que elevan sus copas  en un desamparo que duele.
Unos niños, rezagados de la escuela, juegan al trompo en el silencio del crepúsculo.
De la taberna de la esquina, y dando un portazo sonoro y cristalino, sale, en cortos traspiés, un hombrachón oscuro que contrasta con el tono rosado que va dejando la tarde sobre las blancas paredes  de cal.
A grandes camballadas llega a la plaza. De sus labios gordos y amoratados salen palabras en un murmullo lento y pegajoso.
Allí está, haciendo piruetas, con la cabeza caída sobre el pecho,  los hombros levantados como dos arcos tensados, y los brazos en un  dislocado paipai de lances toreros.
Los chiquillos del trompo señalan jubilosos y gritan: "¡El borracho, el borrachooo!"
Y forman un cerco de carcajadas, de palmas, de voces que corean: Borracho gacho,  hoja de laurel,  /  vete a tu casa, que va a llover.
Al borracho se le doblan las rodillas. Su cuerpo, en un torpe balanceo, cae al suelo.
Los niños se dispersan con indiferencia. El reloj del Ayuntamiento da siete campanadas, y en la iglesia, con un nostálgico repique, se anuncia la hora del Ángelus. Y las mujeres se santiguan, y los hombres, reverentemente, se levantan gorras y sombreros. Después, las mujeres, con velos hasta la cintura, entran a la iglesia; es la hora del rosario. Y los hombres aguardan en las tabernas. La calle, la plaza es tan sólo escenario para la luna llena, el pobre borracho y la pálida luz de viejas farolas.

PUNTOS PARA LA REFLEXIÓN
¿No habrá manos en el mundo que recojan al borracho?
¿Acaso falta amor, atención para evitar que la primera copa "borracha" llegue a manos de un ser humano?
¿Quién tendría que estar cerca para evitarla?
¿Por qué la gente se muestra reverente ante unas campanas y e indiferente ante un ser humano?
¿Será Dios antes que sus criaturas?

¡Pobre borracho! Para ti, mi compasión y mi recuerdo. Yo te vi, te miré, te compadecí, pero, ¡si tan sólo tenía nueve años!

11 sept 2013

Hagámonos felices




Me hago feliz con mis sencillas creaciones


El néctar era una bebida  maravillosa que alegraba el cora­zón de los dioses, pero que apenas los alimentaba. Todo lo más, les quitaba la sed. Hoy, leyendo una vez más, historias de dioses y héroes, el néctar y la ambrosía me han su­gerido bonitas e importantes re­flexiones muy oportunas para  todos pero que dedico especialmente a los mayores.  
Y en este nuestro diario caminar acentua­mos, por todos los medios posi­bles, la búsqueda de una necesaria felicidad que, si bien es tónica dominante de toda nuestra vida, cada fecha, cada ocasión, cada evento lo enfocamos como objetivo de excepción para el que no regateamos absolutamente nada.
Está bien que así sea: todos tenemos derecho a desear la feli­cidad, pero el quid de la cuestión está en una sencilla interrogante: ¿qué clase de felicidad? Porque, por lo general, lo que entendemos por felicidad no es más que...
... un fantasma  veloz y pasa­jero que los hombres y las muje­res anhelan a cualquier precio. Por él dan todo el oro, todo el tiempo. Acaban por asirlo y lo abandonan con hastío.
Sí, bebida  maravillosa que alegra el corazón, pero que no alimenta el alma. Sólo, si acaso, nos  zaran­dea la vanidad, el orgullo, el amor propio y después, ¡pchs!, si te vi, no me acuerdo. Y sucede  con frecuencia que, cuando las cosas no van a nuestro gusto, nos quejamos exclamando: ¡Ya vendrán tiempos mejores!  Y, por añadidura, culpamos de nuestros infortunios a todos los que nos rodean, como si la felici­dad nos tuviera que llegar empa­quetada y certificada por una mano maravillosa que conocedora de nuestros muchos méritos, nos la obsequiara.
Pero, no te engañes, amigo:  no hay tal.
La felicidad está, o no está en nosotros y, posible­mente, la estemos viviendo sin ser conscientes de ello. Casi nunca vienen tiempos mejores, casi siempre lo que nos espera puede ser peor.
De ahí que, hace ya años, por mi cuenta decidí hacerme feliz a mí misma.
¿A quién puedo impor­tarle más? ¿Quién está por preo­cuparse de dar a los demás una miaja de felicidad?
A nadie le importamos tanto, pero en nuestras manos, está el  “néctar, la ambrosía”, la magia para ha­cernos felices.
Y yo me hago  feliz, cuando cada mañana, me amanece  el día, tras los cristales de una cálida cafetería, mirando al cielo y  esperando la llegada del alba, y me hago feliz cuando, entre juegos y palabras ilusionantes, dejo en la guardería a mi nieto, y feliz me hago, cuando compruebo que he encon­trado un edredón que me quita el frío en la cama, y feliz me hago  con mi trabajo, y con un buen libro, y con mi ordenador y,   con mis peces, mis plantas...  Sobre todo, con mis hijos, con mis nietos. con vosotros,  mis amigos...