Queridos amigos: historias, relatos breves de cara a una lectura sencilla y amena que os distraiga y conecte, posiblemente, con vuestras vivencias, en mucho, semejantes a las mías, a las de todos los mayores y que no estaría de más, conocieran y compartieran los jóvenes
Entre
dos luces. En medio de
la plaza, como un bulto informe, solo, con la primera rociada de la noche
encima, duerme un hombre: el borracho.
Fuego
en el horizonte y el rastro luminoso, brillante... de un avión en el cielo.
Hace
frío en la plaza. Una plaza cubierta de
hojas amarillas y crujientes en el otoño de
plataneros, desnudos ya, que elevan sus copas en un desamparo que duele.
Unos
niños, rezagados de la escuela, juegan al trompo en el silencio del crepúsculo.
De
la taberna de la esquina, y dando un portazo sonoro y cristalino, sale, en
cortos traspiés, un hombrachón oscuro que contrasta con el tono rosado que va
dejando la tarde sobre las blancas paredes
de cal.
A
grandes camballadas llega a la plaza. De sus labios gordos y amoratados salen
palabras en un murmullo lento y pegajoso.
Allí está, haciendo piruetas, con la cabeza
caída sobre el pecho, los hombros
levantados como dos arcos tensados, y los brazos en un dislocado paipai de lances toreros.
Los
chiquillos del trompo señalan jubilosos y gritan: "¡El borracho, el
borrachooo!"
Y
forman un cerco de carcajadas, de palmas, de voces que corean: Borracho gacho, hoja de laurel, / vete
a tu casa, que va a llover.
Al
borracho se le doblan las rodillas. Su cuerpo, en un torpe balanceo, cae al
suelo.
Los
niños se dispersan con indiferencia. El reloj del Ayuntamiento da siete
campanadas, y en la iglesia, con un nostálgico repique, se anuncia la hora del
Ángelus. Y las mujeres se santiguan, y los hombres, reverentemente, se levantan
gorras y sombreros. Después, las mujeres, con velos hasta la cintura, entran a
la iglesia; es la hora del rosario. Y los hombres aguardan en las tabernas. La
calle, la plaza es tan sólo escenario para la luna llena, el pobre borracho y
la pálida luz de viejas farolas.
PUNTOS PARA LA REFLEXIÓN
¿No
habrá manos en el mundo que recojan al borracho?
¿Acaso
falta amor, atención para evitar que la primera copa "borracha"
llegue a manos de un ser humano?
¿Quién
tendría que estar cerca para evitarla?
¿Por
qué la gente se muestra reverente ante unas campanas y e indiferente ante un
ser humano?
¿Será
Dios antes que sus criaturas?
¡Pobre
borracho! Para ti, mi compasión y mi recuerdo. Yo te vi, te miré, te compadecí,
pero, ¡si tan sólo tenía nueve años!
La reverencia ante la campanas es solo apariencia de falsa espiritualidad.El ser humano olvida que Dios era el amigo que buscaba al pobre, al despreciado a las prostitutas ..... no buscaba al fariseo porque este ya se consideraba bueno que no necesitaba del amor y perdón de Dios. Un abrazo.
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