¡Qué maravillosa puesta de sol!
¿Acaso no es ilusionante contemplarla?
Ahora anochece. Ahora toca
escribir. Ahora, cuando elijo tema, mis ojos se van al almanaque: último día del año. ¡UF, cómo pasa el tiempo! Por unos momentos
siento que una sutil sombra depresiva avanza hacia mí con su carga de
recuerdos y nostalgias. ¡Qué tiempo tan feliz aquel y el otro!
Absorta en ilusiones
pasadas, me salta a la memoria palabras de A. Maurois: una ilusión eterna, o que por lo menos renazca en el alma de vez en cuando, no
sólo está muy cerca de
la realidad, sino que sin esa realidad no se puede
vivir.
Y ya sé algo: no son
las fiestas, los regalos, las explosivas alegrías las que provocan bellos
e ilusionantes días a los seres humanos. No, a pesar de la tremenda
desgana de vivir que a
veces nos invade, siempre
podemos renacer con alguna pequeña ilusión que inventemos y hagamos
realidad.
Y sí, hay que poblar la vida
de ilusiones. Hoy estoy convencida de que los sueños, casi siempre, hay que crearlos. La vida es un zigzag de altos y bajos que
nos vapulean de un momento a otro sin intermedios.
El almanaque dice que se acaba el año y que el tiempo se nos va liquidando. Yo me digo que el invento no puede conmigo. ¡Que
no!, que no me asusta este fantasma don
tiempo que parece devorarnos en fechas, urgencias, noches viejas, días nuevos.
Hagámonos felices,
considerando que la ilusión procede de un manantial interior del que podemos beber siempre. Si lo ignoramos, llegará
a ser pozo seco, montón de ruinas.
Un pequeño esfuerzo, amigos:
¡mirad al cielo y comprobad que ahí siguen las estrellas, juguetes eternos
de nuestros ilusionados sueños! Nos toca transmitirlos, pero si nos perdemos
en nuestros ya manidos recuerdos, estaremos haciendo de las ilusiones
más jóvenes, flores marchitas.
Ahora que todo se etiqueta
con palabras clave, expreso la mía favorita
para el próximo año, no solo para mí sino para el mundo entero, en una
palabra: ilusión.