Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

16 dic 2013

Dónde está la felicidad

DIARIO CÓRDOBA/ OPINIÓN

 Para un niño/a basta mirar la llamita 

de una chimenea para sentirse feliz. Para mí también.

La felicidad humana --dice B. Franklin-- generalmente no se logra con grandes golpes de suerte que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días.
Me ha sorprendido esta frase por la coincidencia con otras mías referentes también a la felicidad: la felicidad no se busca; se encuentra. La felicidad no es un bien que nos llega a la puerta empaquetado y con remitente de gran altura.Tampoco es ese nombramiento que tal vez esperamos, ese homenaje que creemos merecer, o ese cargo que deseamos nos sitúe a la altura del fuerte, poderoso, tenido en cuenta, respetado e incluso temido.
El hombre feliz de aquel antiguo cuento de Tolstoi resulta que no llevaba la deseada y buscada camisa de la felicidad que precisaba el zar. Pero hoy día no nos bastaría con buscar una inexistente camisa sino que buscamos torpemente camisas y más camisas de los más variopintos colores y procedencias.Y con ese equipaje a cuestas vivimos frustrados, victimizados, olvidados, desgraciados, desafortunados, infelices en una palabra. El néctar era una bebida maravillosa que alegraba el corazón de los dioses, pero que apenas los alimentaba. Y eso ocurre cuando buscamos esa felicidad que tan solo, si nos llega, es como una columna de humo que en unos instantes se desvanece.
Los golpes de suerte que esperamos se barajan y distribuyen entre conveniencias, regateos, estraperlos y lo que es más frecuente en estos tiempos: hacerse planta trepadora. Es decir, buscar un soporte por dónde encaramarnos, aunque sea a costa del mayor precio que podemos pagar: la pérdida de la dignidad.
El néctar que alimenta y colma de felicidad no hay que buscarlo sino saber encontrarlo en las pequeñas cosas que nos suceden cada día y nos pasan desapercibidas, obcecados por la inexistente camisa que llevamos puesta pero es tan sutil que la despreciamos. ¡Qué ciegos andamos!

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