Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

29 mar 2015

Santa Teresa Jesús

Ayer 28 de marzo se cumplieron 500 años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia. 


Cuando, a veces, me han interrogado sobre mis personajes favoritos de la historia, siempre Santa Teresa ha sido  el primero reseñado por mí y es que me identifico  con valores que ella propugnó y protagonizo: su espíritu reformista, su propuesta como fundamento de la convivencia social y comunitaria, en otra dimensión del ser humano: El amor. Amor que crea unión, comunidad, sociedad en paz porque evita los “bandos” y crea igualdad de clases, como lo ensayó ella en su Reforma del Carmelo. El amor auténtico es libertad, fundamento de la buena educación y convivencia ciudadana. Ella, “alma enamorada”, dotada de una excepcional capacidad afectiva, compartió su amistad con miles de personas amigas. También su  amor y defensa de la verdad por encima de todo y de todos. Su condición de escritora infatigable, y sobre todo su gran sentido de la sencillez y calidad humana aún en los más divino.
Por todo esto, quiero hoy que esta fecha no pase inadvertida y que nos sirva, y sería un buen ejercicio de reflexión, acercarnos a su vida y obras.
Sería interesante que expusierais  cuál es vuestro personaje favorito y por qué. ¡Vamos a ello! 
El mío, ya lo  he dicho: Santa Teresa de Jesús. Y por añadidura: Josefa Segovia y Pedro Poveda.  ¿El tuyo?



21 mar 2015

Paisajes de soledad 2


Un anciano debería ser un lujo para la familia porque  nada hay más cálido, tierno, entrañable, más sabio que un abuelo, porque también  en sus labios de pastosas salivas se esconde experiencia, sabiduría, acertados consejos que nadie pide que nadie precisa… que todos nos perdemos.
 Son bellos los ocasos, si hay ojos que los descubran en los mágicos  aleteos  de ángelus  crepusculares. En lo más recóndito de sus almas vive, entre dolores sin quejidos, entre reproches sin respuesta, entre el quebranto de un cuerpo que ya no les sirve, el niño, el joven que fue y quisiera seguir siendo…


Y en murmullo que solo su alma escucha, se repiten:
Ya no me sirve este cuerpo, pero mi alma sigue siendo joven ilusionado que sueña, que    ama...
Pero no me sirve ya  este cuerpo  de barro que, día a día, se torna declive, que se desmorona…
Ya mis ojos, que tan largos horizontes alcanzaron, que tantos auroras recibieron, que tantas puestas  de sol despidieron... son casi nubes de niebla que, más que ver,  intuyen, sienten...
Ya mis oídos, tan llenos de trinos, de músicas, de palabras empiezan a ser torpes grabadoras  que se afanan por alcanzar la belleza infinita  de tantos sonidos de la tierra.
Ya mis manos, repletas de caricias, de   cándidas creaciones, de infinitos trabajos son casi trémulas herramientas que se siguen izando a la búsqueda de una rosa, de un beso... de una lágrima, de una sonrisa...
Ya mis pies, tan pasajeros de recónditos caminos, siempre tras la búsqueda de un azul de mar o cielo, hoy ya, torpes, doloridos, caducos... no obedecen, se revelan...  me niegan y,  como  fatigados remos, surcan tan sólo superficies siempre a la deriva, vagabundos perezosos de los misterios de antaño
 Ya no me sirve este cuerpo  ¡Tengo que nacer de nuevo!  ¡Tengo que morir! ¡Venga, Dios que te estoy esperando!

Y MIS OJOS Y MI CÁMARA RASTREAN SU  SOLEDAD Y SILENCIO, EL DRAMA INÉDITO DE NUESTROS ANCIANOS

El señor del jardín
 sí, con sus pies torpes,  sus muchas enfermedades, sus noventa años, él era, porque yo así lo veía, el señor del jardín. bien vestido, aristócrata de gestos, más que de palabras, borradas por un evidente parkinson, colgado de una descomunal pipa, a todas horas y por cualquier camino o atajo del jardín, en todas las estaciones, por entre arbustos, paso de trenes, juegos de niños, corrillos de ancianos, o éxtasis en parejas de enamorados, aparecía aquel hombre de muchas y viejas historias. recuerdo sus  torpes reverencias al saludarme, y recuerdo sus ojos pequeñitos, clavados en los míos, mientras, entre temblores, trataba de contarme su pasado. un pasado honorable, del que no obstante se hacía patente una queja: nueve hijos y, ¡cuánta soledad!

También, un día, el señor del jardín, se me fue para siempre. en memoria de él escribí su nombre en una gran palmera, su árbol favorito. la llamé palmera de los besos porque cada día, cuando paso junto a ella, deposito un beso que mando al señor del jardín para que allá donde esté sepa que su recuerdo seguirá vivo en este su reinado de soledad.




20 mar 2015

Mi amiga gitana

 Ante todo somos seres humanos
En fechas próximas se celebra la fiesta internacional del Pueblo Gitano. Desde muy niña este mundo de misterio, intrigas, de seres humanos que de incógnito llegaban al pueblo como llegaban las golondrinas en primavera y acampaban bajo el Puente Romano, me hacía sentir miedo, curiosidad, pena… Mundo de caminos, de estrellas y soles, musa que me ha inspirado novelas y cuentos. 
Hoy, desde la brevedad de este espacio quiero dedicar un recuerdo a mi amiga gitana. Primero, miradas, después, sonrisas, más tarde, saludos; finalmente sencillas pero fluidas palabras. Sí, ella era gitana. Aparecía cada semana con  el mercadillo y, como si de una reina se tratase, el marido y los hijos, la veneraban. Era de gesto amable, de sonrisa fácil... Las primeras palabras partieron de mí: ¡Vaya trenza que tiene! Mis hombres no quieren que me la corte. Una trenza negra, sedosa, gorda, larga hasta la cintura. ¡Y usted sí que viene siempre guapa! –me repetía-.
A partir de aquel día, cada semana, una cita, un café, unas amigables palabras.
Cuando llegó el verano, invariablemente me traía una moña de jazmines, y yo, con ella entre mis manos, sentía que una profunda emoción me invadía. Aquella mujer, sin cultura, pero educada e inteligente, valoraba  y agradecía mi actitud hacia ella. 
Un día  faltó. La buscaban mis ojos, la buscaba mi alma. Sin ella aquel lugar estaba vacío. La gente en tumulto iba y venía. Los pregones se sucedían en vocerío de competencia. La cafetería rebosante de animados clientes, pero yo estaba sola; faltaba, y me dolía en el alma, mi amiga gitana, su tenderete de zapatos, mi moña de jazmines… desaparecieron sin más.

Esta madrugada, al recordarla, una especie de plegaria me brota del alma: ¡Ojala nadie, nunca margine a un ser diferente, porque no hay diferencias que valgan y porque todos, también los gitanos, al llegar al mundo, encendimos una fulgurante  estrella  en el universo.  

18 mar 2015

Paisajes de soledad

 Sí, plazas y jardines es el escenario elegido por los ancianos para rastrear en el silencio de árboles, pájaros, flores, fuentes…una vida silenciada por los años pero que, como cálido rescoldo, avientan con el único soplo que les queda: el recuerdo de lo que fue.



¡Cuánta soledad cerca de nosotros! Rozando nuestros pasos, que caminan siempre en imparables urgencias, están ellos…
Solos en compañía, compartiendo plaza, jardín, poyete, ruidos, silencios, pero… sus ojos buscan en distintas direcciones: pueblo, familia, amigos, historias… Allí donde posan sus opacas miradas, se encuentran naciendo, luchando, sufriendo, gozando, ayer, pero en esta soledad de hoy, llena, no obstante, de misterios, cuando abren el micro del magnetófono, que es su alma, notan cómo ya sólo se van grabando los sonidos largos, ¡muy largos! de las horas.
De sol a sol, mientras la ciudad eclosiona en afanes, ¡qué solo y frío el escenario que protagonizan nuestros ancianos!

Pasos que no van a ningún sitio.
Ojos que miran y no ven.
Labios sellados de los que huyeron sonrisas y palabras.
Corazones que laten al pesado ritmo de los días sin nombre.
¡Recuerdos, sólo recuerdos que buscan y encuentran, chispas de felicidad, en el índice del pasado, en la memoria perdida de las cosas!


¿Dónde vas abuelo? De sol a sol, transitas, peregrinas, buscas… pero, desde que decidimos que eras mayor, ¡muy mayor!, no dejamos para ti más camino que la soledad, más espacio que la negra pasarela de la indiferencia y el olvido.
No consintamos jamás que un mayor se sienta inútil a nuestro lado. Démosle oportunidad de colaborar, de enseñar, de echar la mano que pueda a las cosas que pueda porque de ello dependerá su supervivencia.

Tiende una mano al mayor para que, sin miedo, se incorpore a los cambios elementales que todos experimentamos. Otra cosa equivaldría a dejarlos arrinconados sin remedio.

No hay mejor espejo para nuestras vanidades que contemplar el rostro de un mayor, cuando se siente de vuelta de todo.


Todos nos vamos haciendo mayores día a día y creo que sería necesario tener en cuenta la gran riqueza que pueden aportarnos las personas mayores y todo lo que pueden enriquecer nuestro crecimiento.