Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

31 ene 2016

Recordando a una gaviota

Demos amor, amigos. Solo así, al final de cada día, comprobaremos cómo una    orla de paz, adereza nuestro cuello y da calidez a nuestros sueños.





  Fue un día del pasado verano. En mi solitario y madrugador paseo por la playa, encontré una gaviota triste, enferma, anciana... No podía volar; tampoco, caminar. Sentada cerca de ella la observaba cómo permanecía inmóvil sin dejar de mirar al mar. Le hablé, le arroje cerca unas "miguitas"de galleta y trabajosamente comenzó a picotear. Los día siguientes me daba prisa por encontrarla; esperaba lo peor, pero no, seguía allí. Una mañana vi que me seguía los pasos y me sentí feliz. Un día antes de venirme no quise ir; le temo a las despedidas, pero uno de mis nietos, al volver de la playa, exclamó: ¡había una gaviota muerta! ¿Era mi gaviota? No quise comprobarlo. Prefería la imagen de aquella moribunda gaviota que, sin dejar de mirar al mar, me seguía, vivía... 
El amor es la gran varita mágica que podemos manejar los humanos.

28 ene 2016

Minirelato

 Posiblemente, amigos, me repita en algunos de mis cuentos y textos, pero son muchos los contactos nuevos y, sobre todo, si yo no recuerdo haberlos escrito, creo que menos vosotros de haberlos leído. Que paséis un buen día.
LA VIDA SIN MÁS
Ella, ayer, alocada juventud, historias de hombres y fiestas. Hoy, sola, comida por los años, recuerdos e impotencias,  de toda la vida,  en el piso de arriba, vivía. 
Él, viudo, sin familia, apagado, ayer y hoy,  en el piso de abajo, vivía.
Ella, cada amanecer cogía jazmines de su terraza y dejaba caer uno en la terraza de él.
Él recogía, más tarde, el jazmín y susurraba: Buenos días.
Ella, cada noche, antes de acostarse, arrastraba ruidosamente una silla.
Él, con un libro entre las manos, susurraba: Buenas noches.
Coincidían, a veces, en la escalera, en el ascensor…Reverberando calladas complicidades, se miraban,  sonreían y suspiraban: ¡Qué tiempecillo tenemos!
Ella y él, cada noche, antes de entregarse al sueño, una sencilla oración:
 Dios, que no me falte él; Dios, que no me falte ella.



21 ene 2016

Álbum de recuerdos I


LAS HUERTAS
¡Qué sueño eran las huertas! Silencio, roto por  el murmullo del agua al caer por los arcaduces de una noria chiquita que, lentamente, movía un borriquillo, dando vueltas con los ojos vendados, alrededor de una alberca donde se lavaban hortalizas y dónde muchos niños se bañaban. Y qué agradable era pasear por entre las planteras de tomates, pimientos, lechugas…
La huerta era también  nave de canastas, herramientas y muebles destartalados que, no obstante, provocaban curiosidad y cierta intriga como si algo más se escondiera tras aquellas  ingenuas realidades  que a simple vista se mostraban.
Lo que más nos gustaba a los pequeños era el espantapájaros que  en medio de la huerta se erguía gracioso. Parecía un hombre de verdad, un hombre de palo: brazos erectos como si fueran  aspas de una maltrecha cruz,  un viejo sombrero de paja, que le caía tapándole un siniestro e inexistente rostro, bufanda de cuadros rechinantes, que le llegaba hasta el suelo y chaqueta panda como la de un  viejo payaso.
Gorriones. Muchos gorriones acudían a la huerta con el crepúsculo. Recelosos, no se fiaban del espantapájaros, Parecía como si todos a la vez, mirándolo, se comunicaran: ¡Cuidado! ¡Hay un hombre!
Y en la huerta llegaba la noche entre cantos de grillos, gruñidos de perros, piruetas de gatos por las viejas sillas esparramadas por una pequeña explanada, acceso al cobertizo de hortalizas recogidas, y el olor húmedo de la tierra. 
Y siempre, al regreso, el alborozo de unos tomates regalados, unos pepinos o un manojo de rabanillos que todavía veo lavar en la alberca.
Y las huertas se convertían también en objetivo furtivo para los pequeños que, siempre  a escondidas del hortelano, merodeábamos árboles frutales con la ilusión de  lograr algo de resina que considerábamos importante pegamento.

¡Bellas huertas de mi pueblo! En ellas, juegos, paseos, sueños…

1 ene 2016

Nuevo día


Crece este día nuevo del 2016, día de tal silencio y soledad que bien pareciera que un hada buena ha pasado por los hogares sembrando sueños de madrugada, pero las horas avanzan en este arcaduz imparable del tiempo, devorando el blanco sopor de la niebla. 
Y mis ojos, en nítidas transparencias, se reencuentran con el árbol al pie de la ladera, con el camino de ayer, con la memoria perdida de las cosas que fueron el presente feliz de mi infancia: crujir de tejados, maullidos de gatos, goteras en palanganas y cubos... Humo blanco, humo negro, humo a borbotones en fríos amaneceres, en ancestrales chimeneas con olor a pan caliente y a tortas de aceite, y perros callejeros, palomos, botijos, sillas, voces en el atardecer del jardín.
Y papá, y mamá, y mis seis hermanos y yo. 
Índice del pasado que me remite a un ayer que necesito hoy. Pero mi presente, éste hoy, uno del 2016, en mañana de niebla sigue siendo luz, aliento, rayo que me sostiene en surcos donde todavía es posible la sementera de una sonrisa, de una palabra, de una lágrima...
No, no hay fecha de caducidad para el amor. Hay, sí, cada cosa una vez; sólo una vez.
No, no puedo exiliarme porque, mientras note en mi frente el hálito de Dios, mi vida sigue.

¡Que repiquen las campanas!

¡Que diluvie un sol poderoso sobre mis áridos sueños! 

¡Que el rayo y el trueno rueden por montes y valles!

¡Que el hada buena siga velando sueños;, despiertos, también. 

Y que al despertar en este nuevo años, oigamos todos la voz del tiempo que ya es pasado, la voz  del presente que nos repite; ¡despierta, sal fuera y vive!


Amigos: el tren de la vida vuelve a pasar. Subamos en él porquero volverá a recogernos.