Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

11 sept 2013

Hagámonos felices




Me hago feliz con mis sencillas creaciones


El néctar era una bebida  maravillosa que alegraba el cora­zón de los dioses, pero que apenas los alimentaba. Todo lo más, les quitaba la sed. Hoy, leyendo una vez más, historias de dioses y héroes, el néctar y la ambrosía me han su­gerido bonitas e importantes re­flexiones muy oportunas para  todos pero que dedico especialmente a los mayores.  
Y en este nuestro diario caminar acentua­mos, por todos los medios posi­bles, la búsqueda de una necesaria felicidad que, si bien es tónica dominante de toda nuestra vida, cada fecha, cada ocasión, cada evento lo enfocamos como objetivo de excepción para el que no regateamos absolutamente nada.
Está bien que así sea: todos tenemos derecho a desear la feli­cidad, pero el quid de la cuestión está en una sencilla interrogante: ¿qué clase de felicidad? Porque, por lo general, lo que entendemos por felicidad no es más que...
... un fantasma  veloz y pasa­jero que los hombres y las muje­res anhelan a cualquier precio. Por él dan todo el oro, todo el tiempo. Acaban por asirlo y lo abandonan con hastío.
Sí, bebida  maravillosa que alegra el corazón, pero que no alimenta el alma. Sólo, si acaso, nos  zaran­dea la vanidad, el orgullo, el amor propio y después, ¡pchs!, si te vi, no me acuerdo. Y sucede  con frecuencia que, cuando las cosas no van a nuestro gusto, nos quejamos exclamando: ¡Ya vendrán tiempos mejores!  Y, por añadidura, culpamos de nuestros infortunios a todos los que nos rodean, como si la felici­dad nos tuviera que llegar empa­quetada y certificada por una mano maravillosa que conocedora de nuestros muchos méritos, nos la obsequiara.
Pero, no te engañes, amigo:  no hay tal.
La felicidad está, o no está en nosotros y, posible­mente, la estemos viviendo sin ser conscientes de ello. Casi nunca vienen tiempos mejores, casi siempre lo que nos espera puede ser peor.
De ahí que, hace ya años, por mi cuenta decidí hacerme feliz a mí misma.
¿A quién puedo impor­tarle más? ¿Quién está por preo­cuparse de dar a los demás una miaja de felicidad?
A nadie le importamos tanto, pero en nuestras manos, está el  “néctar, la ambrosía”, la magia para ha­cernos felices.
Y yo me hago  feliz, cuando cada mañana, me amanece  el día, tras los cristales de una cálida cafetería, mirando al cielo y  esperando la llegada del alba, y me hago feliz cuando, entre juegos y palabras ilusionantes, dejo en la guardería a mi nieto, y feliz me hago, cuando compruebo que he encon­trado un edredón que me quita el frío en la cama, y feliz me hago  con mi trabajo, y con un buen libro, y con mi ordenador y,   con mis peces, mis plantas...  Sobre todo, con mis hijos, con mis nietos. con vosotros,  mis amigos...

1 comentario:

  1. Y que mejor que disfrutar y saborear las cotidianas cosas de cada día? Sana felicidad.Saludos

    ResponderEliminar