Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

31 jul 2014

Lecturas para el verano: Vuelve

(De mi obra "Caminando hacia el mar"

LLUEVE mucho esta madrugada. Mis ojos, nubes preñadas de lágrimas que tatos caminos regaron, vuelven a ser borrasca hoy de nostalgias y  recuerdos. Aquel pueblo de nuestro encuentro, las tormentas, los paraguas, los charcos, las goteras...
Tú y yo, pobres de todo; tú y yo, ricos en amor; tú y yo, felices con nuestra nada, vivíamos en plenitud la lluvia en los otoños, y los trigueros en las primaveras, y las espigas y las eras en los veranos... Y las lunas, ¡cuántas estrellas y lunas, siempre!
Tú y yo hicimos de nuestras vidas tal aleluya que, tras diez años ya de aquel adiós sin retorno, puedo escucharte, puedo verte superpuesto en el cuadro vivo de los días.
Sí, yo sé que eres tú, boca grande en  sonrisas que me mira. Sí, eres tú, lluvia limpia que cala mi alma esta madrugada. Sí, eres tú, nostalgia en las flores marchitas de un ayer que es hoy en el almanaque de mi alma.
Y tú eres yo, poema de amor escrito en el cálido aliento de los instantes que me nacen, que me palpitan, que me llevan... no sé a dónde, pero es tu amor lo que respiro, y es tu amor lo que me inflama, y es amor... ¡si, si,  tu amor! lo  que me ríe, amor lo que me llora...
Amor palabra izada de bandera en el  cuadro vivo de cada día, donde superpuesto, yo te veo.
Tu recuerdo sigue siendo flujo y reflujo en lugares, palabras, silencios... amores.
Tu recuerdo no es un ayer muerto en la precoz hora de azahares y jazmines.
Tu recuerdo no es aquel beso postrero que dibujó en mis mejillas el blanco pañuelo de tus labios en el terminal suspiro que  exhaló tu alma.
Tu recuerdo es... sí, realidad de unos hijos buenos que te siguen recordando, amando, en tanto que en sus ojos rutila ingenua  una interrogante: ¿Por qué papá?  
Y tu recuerdo es la hoja que vuela, y es el arrullo eterno de nuestra  tórtola, y es el viento que agita mi cortina, cuando sola te presiento en este aliento, vida que palpita cálido junto a mí, y es el rugido del mar que me reverbera en el alma en aleteo de gaviotas que fueron ayer, que soy hoy...
¿Verdad que eres tú, amor? Arrúllame una vez más que sigo siendo niña de un día que me ahogó en lágrimas de soledad y abandono.
Mi corazón es la senda. ¿No oyes cómo me galopa el resplandor de la aurora?
Vuelve con la mañana; te estoy esperando porque me faltan besos en las madrugadas, y me falta una mano en el camino, y un susurro en mis oídos, y me falta la letra de una canción que me arrulle en mis largas noches de insomnio… Vuelve y no me dejes perdida en este laberinto de ilusiones inventadas, en este río, corriente imparable, pozo de lágrimas que nadie conoce… Vuelve, huye con la llave de la vida, que todo está por mi parte a punto, y se acaba el día.
Te estoy esperando, amor.



30 jul 2014

Blog de mis nietos/as

Queridos mayores:Como la mayoría tendréis nietos/as, pienso que  os gustará conocer el 

blog que dedico a mis nietos/as y que en la última entrada  les hablo del valor de la

 humildad. Aquí tenéis el enlace:

27 jul 2014

Lecturas de verano: ¡Eco, eco!



          Anochece en la sierra.  Un vientecillo agita las ramas de los pinos, mientras el sol, como mariposa de mil colores, pliega sus alas por entre las montañas de jaras y encinas. Una especie de latido conmueve las entrañas de este lugar.
Por unos instantes, la naturaleza se torna expectación: pájaros que vuelan en silencio; media luna blanca que  empieza a dibujarse en el cielo, secretos que emergen de los profundos abismos, al conjuro de la noche, sombras que se extienden solemnes en la estampa viva de esta hora, donde yo, nada, acallo recuerdos y sólo tengo voz para mi nombre. Un suspiro, dos, tres...
Paso tras paso por el camino de polvo, transito sin más compañía que el sol poniente. Sol que muere allá en el horizonte de pinos redondos, mientras la luna, ya  rutilante, va siguiendo mi rastro que busca al yermo negro, garganta que pondrá voz  a este embrujo que ha enmudecido, con el último rayo verde, las alegrías, los colores, la música... de esta fuente viva que es el pozo, y el cacareo de gallinas, y el galope de burros, y el chirriar de cancelas, y el volar de palomos y las palabras de Miguel, viejo cabrero de caminos y montes.
 ¡Ecooo...! ¡Ecooo..!- estalla, por fin mi garganta, allanando la morada del silencio y de los sueños. Y el yermo, monstruo bueno, extiende sus brazos a mi tímida voz, que cada vez más coronada por la luna, se crece, clamando  ¡Ecooo...! ¡Ecooo...!
Y por entre cauces, montes, riachuelos, horizontes, hojas dormidas... el yermo, monstruo bueno, como un beso, que estallara en mil rutilantes destellos, canta mis palabras al viento: ¡Ecooo..! ¡Ecooo..!  -repite en sinfonía esta sierra virgen, nido de alimañas y bandoleros. ¡Ya no estoy sola! ¡Tengo eco!  Lo sabe la luna; lo sabe el yermo; lo sé yo. Me lo enseñó mi padre, en tardes de paseo, de trigos, de amapolas, de codornices: El eco es la respuesta de Dios a nuestra soledad.

26 jul 2014

Amaneceres


Madrugo, sí madrugo, queridos amigos/as.
Quiero ser testigo de la creciente luz del alba que, calma, se dibuja por el horizonte, cada día.
Quiero que los primeros rayos de sol me calen, me iluminen posibles oscuridades, allá en el fondo del alma.
Quiero ser testigo, cada día, de la serena hora en la que, lentamente, desciende el sol, y la tierra, irisada de arreboles, se torna sombras y noche.
Quiero, en cuerpo y alma, llenarme de soles, estrellas, amaneceres y ocasos, mientras escucho música catedralicia que me eleva a la divina dimensión de la trascendencia divina.
Quiero ser testigo de cómo llega la vida y de cómo, sobre todo, pasa.
Y todos con ella.

23 jul 2014

El señor del jardín

(De mi obra, "Un cielo para gatos")



Sí, con sus pies torpes, sus infinitos achaques, sus noventa años, sus ojos pequeñitos, ensombrecidos  por impenetrables cataratas, él era, porque yo así lo veía, el Señor del Jardín. Bien vestido, aristócrata de gestos, más que de palabras, borradas por un evidente Parkinson, colgado de una descomunal pipa, a todas horas y por cualquier camino o atajo del jardín, en todas las estaciones, por entre arbustos, paso de trenes, juegos de niños, corrillos de ancianos, o éxtasis en parejas de enamorados, aparecía aquel hombre de muchas y arcaicas  historias.
Recuerdo sus  torpes reverencias al saludarme, y recuerdo  aquellos sus ojos turbios donde siempre rutilaba una lágrima, clavados en los míos, mientras, entre temblores, trataba de contarme su pasado. Un pasado honorable del que no obstante se hacía patente una queja: Nueve hijos y, ¡cuánta soledad! Un día, el Señor del Jardín, se me fue para siempre. Alguien me miró al paso y exclamó: Ya entregó la cuchara
Apuntaba el otoño por las copas de los árboles, y había humedad en el albero, y soledad en los caminos, y nostalgia en el adiós a los trenes, y había un halo de tristeza que, como suspiro me caló el alma: ¡Mala pata! In memoriam escribí su nombre en una gran palmera, su árbol favorito. La llamé Palmera de los Besos porque cada día, cuando paso junto a ella, deposito un beso que mando al Señor del Jardín para que allá donde esté sepa que su recuerdo seguirá vivo en este su reinado de soledad. Y hoy, cuando de nuevo el sol empieza a tener tono precoz de otoño, una oración me brota del alma: Espérame, en ese otro jardín donde sin duda paseas en un aleluya que se expande por el universo. ¡Claro que lo oigo!