Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

6 mar 2015

El absurdo del auto-engaño

Esta obra tan acertadamente editada por  la Editorial Almazara me parece insdispensable para todas las edades. No se aprende a envejecer cuando se es mayor. A envejecer se empieza el mismo día que nacemos. Luego hay que prepararse a lo largo de los años sin pausas y con "arte"


 “El arte de envejecer”, obra tan acertadamente editada por  la Editorial Almazara me parece indispensable para todas las edades. No se aprende a envejecer cuando se es mayor. A envejecer se empieza el mismo día que nacemos. Luego hay que prepararse a lo largo de los años sin pausas y con "arte"
  
Suelo decir, porque estoy convencida de ello, que el mejor “conservante” de nuestros años reside en la capacidad que tengamos para inventar, crear ilusiones cada día, darles cuerda y caminar por ellas.

Cuando planeaba  y recolectaba material para la presente obra me propuse, y al fin lo he conseguido, investigar de forma exhaustiva y recoger  experiencias  sobre problemas comunes a personas de una determinada edad en la que los deterioros son ya una realidad visible, muchas veces,  e invisible, otras, e imparables, siempre. Aproveché la invitación que me hicieron desde una Asociación de Jubilados con los que me unía bastante amistad. En tono jocoso y muy coloquial,  al final de la comida, expuse mi proyecto sobre esta obra, pidiéndoles voluntaria colaboración  en el sentido de que se manifestaran  sobre achaques  comunes así como dificultades  y limitaciones que iban encontrando con el paso de los años.
El resultado fue de lo más interesante, divertido e inesperado para mi ingenua ocurrencia: la mayoría se decantó por un incomprensible alarde de excelente salud, al tiempo que evadían el tema, enfrascados con las delicias del postre. Pero, claro, llegó la hora de la despedida. Unos a cojeadas, se retiraban; otros, balanceando las dentaduras postizas, repartían besos a doquier. Alguno, con el audífono fuera de su sitio, emitía estridentes sonidos, y todos, tras atiborrarse  de pastillas, con las manos en la cadera felicitaban a los organizadores; de mí, casi huían
¡Era indudable que yo había cometido un error! Pedirles hablar y reconocer públicamente  sus achaques, sus años, sus goteras. Pero no me rendí: adopté el camino de las termitas: poco a poco, sin ser “vista” y de uno en uno. Y lo conseguí. Me bastaba decir, por ejemplo: Tengo un dolor en la rodilla…  Me voy a arreglar la boca… Tengo la tensión alta…etc. Y antes de terminar, voces a coro me quitaban la palabra: ¡No me hables! de rodillas: ¡Llevo una racha! ¿Arreglarte la boca? Prepara la cartera. ¡Un millón me cobraron por unas prótesis!, y si es la tensión, ni te cuento… 
Por supuesto, las justificaciones, los autoengaños se sucedían: La tensión un poco alta, pero, como soy tan nerviosa, es de tipo emocional. Una poquita de azúcar, pero, niña, ¡si es que hasta sueño con los dulces! ¡Si soy tan goloso  que hasta me los  tienen que esconder!   ¡Claro que tengo algo de colesterol! ¡Si soy muy burro! ¡Si no me resisto al tocinillo del cocido! ¡Un dolorcillo de nada! ¡Mala postura! ¡Algo posicional! ¡Una mijita de ciática!
Y, bueno, así andamos: quitándonos los achaques de encima como si fueran moscas. Auto-engañándonos y en constante lucha por continuar como si fuéramos una excepción, como si nada, nada nos sucediera.
Y la paradoja es curiosa y divertida: nadie está jubilado por la edad. Todo el mundo se jubila anticipadamente, voluntariamente, que ya está bien y que hay que dar paso  a los jóvenes.    
Para mí, una muy sabia reflexión y plática  interior con la realidad del día a día, ha sido decisiva en cada ocasión para no caer en la tentación del desánimo, ni tampoco de una absurda euforia.






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