Que no se apague jamás, la antorcha de la ilusión
Una mujer sexagenaria vivía sola en una casa llena
de recuerdos. Cada amanecer, ilusionada, se levantaba, salía a la calle,
paseaba contemplando cómo crecía el día e invariablemente se repetía: ¡Qué
feliz soy! Tengo mucho; no preciso más.
Pero una
mañana, tras larga noche de lluvia, nada más abrir los ojos observó sobre su
cabecera una mancha de humedad que auguraba una gran gotera.
¿Cómo? –se dijo– No puedo consentirlo. Debí preocuparme de
limpiar el tejado antes del invierno. Hoy mismo Me pondré manos a la obra.
Efectivamente,
logró que le limpiaran el tejado, si bien le advirtieron que estaba mal por el
paso de los años.
La mujer
se dijo: No, no son los años; son mis
despistes. Cambiaré tejas y todo volverá a ser nuevo. Y así lo hizo, pero
he aquí que tras una tormenta, el techo de toda la casa comenzó a resentirse,
no sólo de manchas sino de consumadas goteras
que irritaban a la mujer y la obligaban a poner remedios, al tiempo que
se repetía: ¡Qué mal hacen las cosas!
Cambiaré las vigas, por si acaso.
Pero, al
menor chaparrón, las goteras se multiplicaban y cada vez eran más visibles a
familiares y amigos. No obstante, la obstinación de la mujer la llevaba a
disimular y su empeño de repetirse: ¡No,
no lo voy a consentir! Mi casa está muy
bien hecha, mi casa es fuerte, mi casa está hecha a la antigua y se conserva
como el primer día… La culpa es de los operarios. La culpa es del fuerte
viento. La culpa es de mi falta de previsión…
Y, sin
cesar, parcheaba cuantos deterioros se producían.
Llegó un
día que la mujer, consciente de que no podía atajar el progresivo deterioro de
su casa, reflexionó y se dijo: Verdaderamente
esta casa tiene ya muchos años. Pero no tengo otra, ni puedo vivir en constante
pelea con estas cuatro paredes que han sido mi cobijo y el de mi familia.
Pondré palanganas y cubos a las goteras, buscaré los mejores remedios para
evitar otras nuevas; tendré que aprender a convivir con ellas.
Y a
partir de aquel día, la mujer notó que
aquellas agresivas goteras, si bien caían, lo hacían con más suavidad y producían un agradable
sonido que la adormecían en sus peores horas como si de un relajante concierto
se tratara.
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Queridos amigos/as: El arte de envejecer, desde mi punto de vista, consiste en prevenir, aceptar y vivir.
Los disimulos, el querer parchear con los años y deterioros es, ante los demás, como un tremendo ridículo
Totalmente de acuerdo. Lo mejor es llevarlo con dignidad y sencillez. Besos
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