Tras esa cortina de nubes que nos impide ver la claridad, siempre hay un motivo, un horizonte de luz...
Queridos amigos/as: De mi obra “El arte de envejecer” os voy a ir
transcribiendo cositas que considero importantes de cara la diaria superación que precisamos para
lograr un envejecimiento productivo y enriquecedor para nosotros, primero, y para
todos, también primero.
Como suelo hacer en mis obras que tienen como objetivoser útiles a los
demás, me referiré en muchas ocasiones, a mi experiencia personal porqu e estoy
convencida de que llega mucho más que las puras teorías que se le ocurran a
cualquiera.
Vamos, pues, hoy con estas horas bajas que son tan frecuentes en todos pero
muy especialmente, en los mayores.
Tormenta de primavera.
Parece como si la calma y la soledad hubiesen recobrado todo su sentifo,
tras una agitada semana de trabajos.
Noto en esta medio mágica tarde como si las aguas de mi alma estuvieran en
un nivel de alerta: no tengo ganas de salir;
no tengo ganas de comer; no tengo ganas de leer... Sólo deseo seguir y
seguir, aquí, sentada junto a la cristalera de mi terraza, viendo cómo pasan
las nubes en un maremagno de tonos grises, negros, blancos...
¿Estaré deprimida? Ganas de llorar tengo, y mis pensamientos discurren por el mar revuelto de los
recuerdos, y mi presente lo pienso como un sin sentido al que me acoplo en un
auto-engaño que, en cantinela, me repite: ¡Si todavía te queda mucho por
hacer!
Mi vida ha sido un largo camino de luchas, reivindicaciones, trabajos...
Tengo la impresión de que todo lo tengo terminado, de que todo instante más
que vivo es un privilegio por el que debo dar gracias a Dios.
Y la tarde sigue cada vez más oscura, y ni la luz de mi lámpara deseo que
perturbe estos momentos de reflexión en los que, a solas conmigo, me cuento la
verdad de las cosas: Un día ya no estaré para seguir viendo cómo corren las nubes, para
seguir sintiendo cómo la vida es un ligero paso en el que, a veces perdemos y a veces ganamos, para seguir comprobando
que lo único que vale la pena es el amor que damos y recibimos...
Llaman a la puerta. Abro. ¡Vaya sorpresa! Mi hijo, mi nuera, mi
preciosa nieta. La cojo, me mira, me sonríe. Me contengo
unas lágrimas. Es mi niña preciosa que
ha llegado a visitarme y, al mirarla,
las ganas de vivir me renacen porque no había reparado, en estas horas bajas,
cómo agazapada en mí, con una realidad casi palpable, existía, existe, un ansia fuerte de vivir, y vivir mucho.
El telón de mi "psicodrama"
se ha izado por la súbita irrupción de mi familia que ha puesto fin al
caos de solitarios pensamientos que era
hace unos instantes.
Y lo cuento tal y cómo lo he vivido, por si puede servir a alguien que en horas bajas se cuente y
cree ya su fin.
Tras esa cortina de humo que nos impide ver,
siempre hay un motivo, un horizonte de luz
que puede hacer que olvidemos el pasado y las sombras del presente
porque enciende en el corazón la esperanza dulce y arrolladora del mañana que
todavía es posible.
Sí, me arreglaré, me iré a la calle. Dejaré, por un rato, este sillón,
este cielo de tormenta y estos negros pensamientos.
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