Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

17 oct 2012

El arte de ser mayor


 
(Este escrito forma parte de una serie de ellos en Cuadernos para Mayores, dedicados a la Asociación Nacional de Maestros Jubilados. Lo escribí el invierno pasado pero hoy lo dedico a los mayores de nuestro pueblo)

Los fríos de este enero no me impiden pasear a las siete de cada mañana por las calles solitarias de mi barrio.
Hoy, como cada sábado y domingo, con mi transistor a ristre, escucho el Radio Nacional  de España. Y tras el paseo, mi encuentro con el grupo de amigos madrugadores que gustan, como yo, de un buen café que nos reconforta y suelta la lengua.
Como decorado de fondo, la sierra, diagnóstico infalible del tiempo. Una grata y llana complicidad se instaura en nosotros. Con las farolas de la Avenida encendidas todavía y sin perder de vista las opacas nieblas que difuminan el paisaje, las palabras de estos amigos son como un runrún de lluvia fresca que calara mi alma: Lo que tiene de malo ser viejo, es la puñetera manía de los hijos de traernos y llevarnos dónde ellos quieran. ¿Que vas a casa de tu hija? El mejor sitio para el yerno. ¿Que vas a casa de tu hijo? La nuera: No se duerma en el sillón, abuelo, no se levante tan temprano, no se acueste tan tarde..  
Sucede que, oyendo a mis amigos, una piensa que lo mejor es optar por la soledad: nuestra casa, nuestro sillón, nuestro primer sitio, nuestro hacer lo que nos venga en gana, etc.
Estos pensamientos rondaban por mi cabeza, mientras mis amigos contertulios se dispersaban, y yo, como en éxtasis, permanecía junto a la ventana, junto a la niebla, junto a mis amigos de la radio, presentes allí, en el rescoldo de la hora y de una pequeña estufa de butano.
Y quiero deciros, amigos de la radio, que llegamos al mundo con un hermoso proyecto: hacer de nuestra existencia una bella obra de arte.
Más o menos conscientes de ello, todos hemos trabajado en este sentido. Y es por eso que no podemos retirarnos, sin consumar nuestra obra.
Sí, ser mayor conlleva aceptar limitaciones, exclusiones, humillaciones y soledad, mucha soledad, pero a veces, somos nosotros mismos quienes provocamos tales situaciones al exigir más de lo que nos corresponde, al aferrarnos al bastón de mando de nuestra total autonomía, cuando ya no tenemos facultades para ello, ni a quiénes propinar bastonazos.

Hay que ser mayor con elegancia, dignidad y yo diría que hasta con solemnidad. No vale el aislamiento y el recluirnos en esa "cabezadita" en el dulce traqueteo del tren que nos conduce en el último tramo del viaje.

Pero, ¿cuándo somos mayores? ¿Cuándo se supone que tenemos que practicar dicha dignidad? Mi nieto de cinco años me decía el otro día:  Yo ya me visto solito porque, como ya soy mayor...
Y no va muy descaminado el chiquillo: para él los años, por ahora, son referencia incuestionable. Lo peor será, cuando pasado el tiempo, los acontecimientos, el almanaque, la mala uva de la gente y una mijita de regomello, le haga querer olvidarse de la fecha gloriosa de su nacimiento.

Acabamos de celebrar el Día de los Mayores. Tenemos un año por delante, ¡todo enterito para los mayores!, .
Y desde mi experiencia, me permito contestar a la pregunta que nos hacemos casi siempre pensando en los demás: ¿cuándo somos mayores? ¿A los cinco años? ¿A los veinte? -esa era, de niña, mi edad referencial- ¿A los sesenta? ¿A los ochenta? No, amigo mayor: uno es viejo más que mayor, cuando empieza a decir cosas como... En estos tiempos tan modernos... Ya no tiene uno edad para.. A la juventud de hoy no hay quien la entienda. ¡Si no pasan días por ti!
Y un largo etcétera que van proclamando a los cuatro vientos aquello que nos duele en el alma: los años vividos y contabilizados, sobre todo por los demás, con una exactitud castrense.
Es verdad que el vértigo de la técnica, de los cambios, nos puede dejar así como un poco descolocados, pero en absoluto fuera de juego, si nuestras capacidades lo permiten, claro.
Si bien es cierto que aquí, como anillo al dedo nos viene aquello de la pescadilla que se muerde la cola: las capacidades, si no se ejercitan, se atrofian y si, por desidia, abandono... ayudamos a invalidarlas, nos podemos considerar viejos de remate porque iremos perdiendo continente y contenido.

Yo creo que el arte de ser mayor se puede resumir diciendo que hay que vivir, a cualquier edad, y siempre que la salud lo permita, sin perder interés por la vida, el progreso, la sociedad… Sin perder la dignidad y dando valor a lo que verdaderamente lo tiene y dejando de lado pequeñas cosas, absurdos pensamientos que puedan torturarnos , porque …
El aspirar a permanecer sentados en el banquillo mirando cómo juegan los demás, para mí, es ser viejo; demasiado viejo.











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