Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

8 jun 2014

Horas bajas


No ha lugar a la autocontem­plación. ¡Fuera, fuera depresiones y horas bajas!

Tormenta de primavera. Parece como si la calma y la sole­dad hubiesen recobrado todos sus derechos, tras una agitada semana de trabajos.
Noto en esta medio mágica tarde como si las aguas de mi alma estuvieran en un nivel de alerta: no tengo ganas de salir;  no tengo ganas de comer; no tengo ganas de leer...
Sólo deseo seguir y seguir, aquí, sentada junto a la cristalera de mi terraza, viendo cómo pasan las nubes en un maremagno de tonos grises, negros, blancos...
¿Estaré deprimida? Ganas de llorar tengo, y mis pensamientos  discurren por el mar revuelto de los recuerdos, y mi presente lo pienso como un sin sentido al que me acoplo en un auto-engaño que, en cantinela, me repite: "¡Si todavía te queda mucho por hacer!"
Mi vida ha sido un largo camino de luchas, reivindicaciones, tra­ba­jos... Tengo la impresión de que todo lo tengo terminado, de que todo instante más que vivo es un privi­legio por el que debo dar gracias a Dios.
 Y la tarde sigue cada vez más oscura, y ni la luz  de mi lámpara deseo que perturbe estos momentos de reflexión en los que, a solas conmigo, me cuento la verdad de las cosas:
 Un día ya no estaré para seguir viendo cómo corren las nubes, para seguir sintiendo cómo la vida  es  un ligero paso en el que, a  veces perdemos y  a veces ga­namos, para seguir compro­bando que lo único que vale la pena es el amor que damos y recibimos...
 Llaman a la puerta. Abro. ¡Vaya sorpresa! Mi hijo, mi nuera, mi preciosa  nieta. La cojo, me mira, me sonríe. Me contengo unas lágrimas. Es mi niña preciosa que ha llegado a  visitarme y, al mirarla, las ganas de vivir me renacen porque no había reparado, en estas horas bajas, cómo agazapada en mí, con una realidad casi palpable, existía, existe,  un ansia fuerte de vivir, y vivir mucho.
El telón de mi "psicodrama"  se ha izado por la súbita irrupción de mi familia que ha puesto fin al caos de  solitarios pensamientos que era hace unos instantes.
Y lo cuento tal y cómo lo he vi­vido, por si puede servir  a al­guien que en horas bajas se crea ya en el fin.
Tras esa cortina de humo que nos impide ver, siempre hay un motivo, un horizonte de luz  que puede hacer que olvidemos el pasado y las sombras del presente porque enciende en el corazón la esperanza dulce y arrolladora del mañana que todavía es posible.
Sí, me arreglaré, me iré a la ca­lle. Dejaré, por un rato, este si­llón, este cielo de tormenta y estos negros pensamientos.
Es viernes. Llueve. Tengo fami­lia, amigos, trabajo, salud...
¿Qué más se puede pedir?
 No ha lugar a la autocontem­plación. ¡Fuera, fuera depresiones y horas bajas! Tengo tanto... 

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