No ha lugar a la autocontemplación. ¡Fuera, fuera depresiones y horas bajas!
Tormenta de primavera. Parece
como si la calma y la soledad hubiesen recobrado todos sus derechos, tras una
agitada semana de trabajos.
Noto en esta medio mágica
tarde como si las aguas de mi alma estuvieran en un nivel de alerta: no tengo
ganas de salir; no tengo ganas de comer; no tengo ganas de leer...
Sólo deseo seguir y seguir,
aquí, sentada junto a la cristalera de mi terraza, viendo cómo pasan las nubes
en un maremagno de tonos grises, negros, blancos...
¿Estaré deprimida? Ganas de
llorar tengo, y mis pensamientos discurren por el mar revuelto de los
recuerdos, y mi presente lo pienso como un sin sentido al que me acoplo en un
auto-engaño que, en cantinela, me repite: "¡Si todavía te queda
mucho por hacer!"
Mi vida ha sido un largo
camino de luchas, reivindicaciones, trabajos... Tengo la impresión de
que todo lo tengo terminado, de que todo instante más que vivo es un
privilegio por el que debo dar gracias a Dios.
Y la tarde sigue cada
vez más oscura, y ni la luz de mi lámpara deseo que perturbe
estos momentos de reflexión en los que, a solas conmigo, me cuento la
verdad de las cosas:
Un día ya
no estaré para seguir viendo cómo corren las nubes, para seguir sintiendo cómo
la vida es un ligero paso en el que, a veces perdemos y
a veces ganamos, para seguir comprobando que lo único que vale la pena es el
amor que damos y recibimos...
Llaman a la puerta. Abro.
¡Vaya sorpresa! Mi hijo, mi nuera, mi preciosa nieta. La cojo, me
mira, me sonríe. Me contengo unas lágrimas. Es mi niña preciosa que ha
llegado a visitarme y, al mirarla, las ganas de vivir me renacen porque
no había reparado, en estas horas bajas, cómo agazapada en mí, con una realidad
casi palpable, existía, existe, un ansia fuerte de vivir, y vivir mucho.
El telón de mi
"psicodrama" se ha izado por la súbita irrupción de mi familia
que ha puesto fin al caos de solitarios pensamientos que era hace unos
instantes.
Y lo cuento tal y cómo lo he
vivido, por si puede servir a alguien que en horas bajas se crea ya en
el fin.
Tras esa cortina de
humo que nos impide ver, siempre hay un motivo, un horizonte de luz que
puede hacer que olvidemos el pasado y las sombras del presente porque enciende
en el corazón la esperanza dulce y arrolladora del mañana que todavía es
posible.
Sí, me arreglaré, me iré a
la calle. Dejaré, por un rato, este sillón, este cielo de tormenta y estos
negros pensamientos.
Es viernes. Llueve.
Tengo familia, amigos, trabajo, salud...
¿Qué más se puede
pedir?
No ha lugar a la autocontemplación. ¡Fuera, fuera
depresiones y horas bajas! Tengo tanto...
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