Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

13 ene 2013

Horas bajas



Noto en esta medio mágica tarde  fría de enero como si las aguas de mi alma estuvieran en un nivel de alerta: no tengo ganas de salir; no tengo ganas de comer; no tengo ganas de leer...
Sólo deseo seguir y seguir, aquí, sentada junto a la cristalera de mi terraza, viendo cómo pasan las nubes en un maremagno de tonos grises, negros, blancos...
¿Estaré deprimida? Ganas de llorar tengo, y mis pensamientos discurren por el mar revuelto de los recuerdos, y mi presente lo pienso como un sin sentido al que me acoplo en un auto-engaño que, en cantinela, me repite: ¡Si todavía te queda mucho por hacer!
Mi vida ha sido un largo camino de luchas, reivindicaciones, trabajos...
Tengo la impresión de que todo lo tengo terminado, de que todo instante más que vivo es un privi¬legio por el que debo dar gracias a Dios.
Y la tarde sigue cada vez más oscura, y ni la luz de mi lámpara deseo que perturbe estos momen¬tos de reflexión en los que, a solas conmigo, me cuento la verdad de las cosas:
Un día ya no estaré para seguir viendo cómo corren las nubes, para seguir sintiendo cómo la vida es un ligero paso en el que, a veces perdemos y a veces ga¬namos, para seguir compro¬bando que lo único que vale la pena es el amor que damos y recibimos...
Llaman a la puerta. Abro. ¡Vaya sorpresa! Mi hijo, mi nuera, mi preciosas nietas.

Las cojo, me miran, me sonríen. Me contengo unas lágrimas. Son mis niñas preciosas que han llegado a visitarme y, al mirarlas, las ganas de vivir me renacen porque no había reparado, en estas horas bajas, cómo agazapada en mí, con una realidad casi palpable, existía, existe, un ansia fuerte de vivir, y vivir mucho.
El telón de mi "psicodrama" se ha izado por la súbita irrupción de mi familia que ha puesto fin al caos de solitarios pensamientos que era hace unos instantes.

Y lo cuento tal y cómo lo he vi¬vido, por si puede servir a al¬guien que en horas bajas se crea ya en el fin.
Tras esa cortina de humo que nos impide ver siempre hay un motivo, un horizonte de luz que puede hacer que olvidemos el pasado y las sombras del presente porque enciende en el corazón la esperanza dulce y arrolladora del mañana que todavía es posible.
Sí, me arreglaré, me iré a la calle. Dejaré, por un rato, este sillón, este cielo de tormenta y estos negros pensamientos.
Es viernes. Llueve. Tengo familia, amigos, trabajo, salud...

¿Qué más se puede pedir?

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