Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

16 ene 2013

Ilusión de los mayores



Yo también digo, como Ortega y Gaset que creo y espero más del entusiasmo, de la ilusión que de la obligación porque siempre será más fructuosa una ilusión que un deber. Me ha llevado años entender a Ortega y Gasset pero hoy por hoy muchos de sus escritos me parecen de tal profundidad y realismo que no me resisto a citarlos en tiempos en los que todos parecemos abocados irremediablemente a una vida sin esperanza. El presente –dice en su obra Galápagos, el fin del mundo- es nuestra fatalidad, nos rodea y envuelve con su resistente estructura y limita a toda hora el horizonte de nuestras ilusiones. Nuestra estima o desestima de cada hombre de cada mujer debe fijarse no en lo que hace sino en lo que aspira, no en el logro sino en el deseo.

El verdadero ser de cada cual está en el perfil de sus deseos. Valemos según lo que deseamos. La calidad de nuestras aspiraciones fija el rango de nuestra alma porque son la pura y espontánea emanación que de nuestra intimidad se levanta como los vahos de las aguas inmóviles.

Sí, nos hemos instalado en el presente aceptando la vida como preocupación. No hay mañana que no despertemos con una alarma gravitando sobre nuestras cabezas: terrorismo, crisis, fríos, lluvia, cambio climático, gripe, etc. Inquietudes que nos provocan tal desánimo que en el índice de nuestros días se van paginando tan sólo agujeros negros que no son otra cosa que ilusiones perdidas, sueños rotos en malas pesadillas.

Pero hoy, emulando a la ilusión de los pequeños, que comparto, hay que dejan manar la fuente de la ilusión que, en parte, nos contagia a todos.

Y yo, como dice el cantar, invito a los lectores : Renovando mis tiernas emociones / me han probado tus pocas primaveras / que son nuestras postreras ilusiones / iguales en frescura a las primeras.

No tiene, pues, escape la condición radical de la vida y lo mejor es aceptarla alegremente, reconocer que con ella nos es dado el tema para una creación. ¡Da pena pensar cuánta existencia podría ser bella, plena, grácil, con sólo el golpe de pulgar que representa este imperativo de preocuparse, de ver la vida propia como una posible obra de arte! Ni importa la situación favorable o adversa, porque la belleza de la vida no está en su argumento sino en la gracia y fervor que la informe

De aquí que no debamos valorar a nuestros prójimos por lo que hacen. En el mejor caso, cada cual hace lo que puede, lo que el destino le tolera.

Debemos aprender a respetar los derechos de la ilusión y a considerarla como uno de los haces propios y esenciales de la vida”

Y yo digo

Es mal asunto, muy mal asunto, este de la ilusión que se derrama de golpe como un cantarillo que ha ido demasiadas veces a la fuente. Y que ya no volverá más, aunque la fuente, ¿por qué será?, siga en el mismo sitio, como si nada, absolutamente nada, hubiera pasado.

La fuente de la ilusión la hemos arrinconado y sigue fluyendo transparente allá en el mismo lugar que un día, avergonzados de portar un cantarillo, la dejamos.

Nos hicimos mayores y se supone que en el mundo de los adultos el realismo debe prevalecer aún con el riesgo permanente que conlleva el que los sueños, las ilusiones tengan que pos ponerse, doblegarse ante la realidad dura y cruda.

Para terminar, repito la letrilla del cantar

Renovando mis tiernas emociones / me han probado tus quince primaveras / que son nuestras postreras ilusiones / iguales en frescura a las primeras.

Las quince y las setenta primaveras y toda la vida tendría que ser una búsqueda de ilusiones.



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