Este bello amanecer de hoy, mi imagen perfecta.
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Hoy, domingo, amigos,
mis mejores deseos de que paséis un buen día y un cuento muy breve que no precisa moraleja.
La pieza más grande de
un gigantesco puzles, desparramado sobre un tablero, le dijo a una tan pequeña que apenas si se veía: ¡qué
insignificante eres! Tu presencia en este
puzles es inexistente, hasta el punto de que no eres necesaria para
nada.
La insignificante pieza nada contestó.
Cerca del tablero, y por una ventana abierta, entró una ráfaga de viento que
arrojó al suelo a la pequeña pieza. El dueño de aquel caprichoso puzles, un día
y otro, iba encajando las piezas que había empezado por la más grande que continuaba jactándose de
la pequeña, perdida por el suelo. ¿Te has dado cuenta? –le decía- Empezó por
mí. A ti ni te ha visto.
La pequeña pieza tampoco le contestó en
esta ocasión. Sucedió que, cuando, pasados los días, el puzles estaba listo
para ser terminado, aquel hombre, inquieto, cayó en la cuenta de que le faltaba
la pieza pequeña para completarlo. ¡No puede ser! –se repetía- ¡Sin la pieza
que falta esta obra está incompleta! ¡Tengo que buscarla, tengo que encontrarla
para poder dormir y vivir tranquilo!
Y a fuerza de buscar dio con la pieza que
seguía debajo del tablero. El hombre suspiró feliz: ¡Al fin la encontré! Una
obra inacabada no vale nada.
Fue entonces, cuando la insignificante
pieza habló y dijo: ¿te das cuenta hermana? Da igual ser el primero o el
último, si contribuyes a que la obra sea perfecta.
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