Ek arte de envejecer

Ek arte de envejecer

8 jun 2015

Carta a mi hijos


Queridos hijos: sé, exactamente, lo que vais a pensar y decir por hacer pública esta carta, pero la razón de hacerlo, y de ello  podéis estar  seguros, no es otra que  proclamar  la bondad y grandeza de tantos otros hijos  de los que, con frecuencia se piensa, se dice  que no atienden suficientemente a sus padres. 
Por supuesto que los hay, pero  muy pocas veces  es motivo  de contar lo positivo, lo bueno y generoso de hijos como vosotros que si bien, los tres andáis siempre, y no llegáis, a vuestras muchas ocupaciones, en estos meses de mi accidente, os habéis turnado, cada cual como ha podido, pero  priorizando cada instante mi  asistencia y  renunciando a tiempos de ocio, sueño, incluso a necesidades familiares, Días y noches junto a mí sin reparar en nada y haciéndome  fácil lo difícil, divertido, lo dramático…
Gracias, mis queridos hijos. Es justo que así lo haga, a pesar de que puede que muchos padres piensen, y llevan razón, que es obligación. Y ya sé que lo es pero hay muchas formas de cumplir con la susodicha obligación, y vosotros la habéis asumido con tanto cariño, de forma tan generosa que en todo momento me habéis hecho creer que casi era un placer atenderme, y me habéis obsequiado, complacido, incluso en lo que, sin yo pronunciar palabra, sabíais que eran mis costumbres y gustos.
Cuando murió papá, aquel tremendo día, y cuando todavía eráis niños, al oírme decir que me quedaba sola, Ramón exclamó, y era voz de los tres: nunca, nunca  vas a estar sola, mamá; estamos  nosotros. Es verdad que en todos estos años hemos convivido sin grandes problemas, porque,  entre otros motivos, siempre he tenido claro que los hijos deben  vivir su vida y no los podemos estar reclamando  constantemente para la nuestra y para cualquier cosa y mucho menos quejándonos y reprochándoles  su no constante presencia y atención, e incluso echándole en cara lo mucho que hemos hecho por ellos y el mal pago que recibimos. Absurdo reproche  si esperamos  que nos salden la deuda  por algo que  le dimos sin que nos lo pidieran. 
Lo importante es que estén ahí, como habéis estado vosotros, cuando de verdad os he necesitado, que sin reparar en sacrificio alguno os habéis excedido en todo y por todo.
Por eso, hoy, os doy las gracias de corazón. Sé que  quise ser la mejor madre, pero seguro que me equivoqué en mucho, pero de lo que no podéis dudar jamás es de que, tal vez mi mayor error fue quereros demasiado. Creo que no me arrepiento porque lo que yo no os exigí, con creces os lo ha exigido la vida y vuestra aceptación y respuesta  ha sido de diez,  en parte, creo también, precisamente por eso: nunca, nunca os falto el amor.      
 Los hijos, mis hijos no han sido nunca una carga,  los hijos, mis hijos, sí son un gran regalo; lo mejor que tengo  por  lo  que doy gracias a Dios todos los días de mi vida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario