Ek arte de envejecer

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21 oct 2014

Cartas a Lucrecia: Creo en Dios


Querido amigo/a: Hoy quiero abrir una nueva “página” de lectura que simultanearé con otras. ¿Quién es Lucrecia? Pregunta muy repetida. Bueno, pues, Lucrecia eres tú, lector/a  a quien deseo dedicar estas cartas que un día fueron largos artículos en el Diario Córdoba. Posteriormente se editó un libro que se agotó en un mes. Fue en los años noventa. Y ahí quedaron estas cartas que hoy rehago, resumo  y actualizo para ti. 

CARTA Nº 1
CREO EN DIOS
Querida Lucrecia: Hoy uno de mis nietos me ha hecho una pregunta que me ha llevado a recordarte muy especialmente y es por eso que te escribo. ¿Recuerdas cuando jugábamos  a estar vivas y muertas? A ti te gustaba  hacer de muerta; a mí de viva. Rígida en la hierba y con los ojos cerrados esperabas a que  te resucitara. Y yo, de rodillas  junto a ti mal rezaba un avemaría y haciéndote un garabato de cruz en la frente repetía: ¡vive, vive! Y después, siempre la misma pregunta: ¿tú crees en Dios? Esas cosas son inventos de los curas y de las monjas de tu colegio. Yo tan solo sabía contestarte: no digas esas cosas. Y me quedaba un poco triste. Hoy mi nieto me ha preguntado: abuela, ¿tú crees en Dios? Para ti y para él esta carta, hoy, cuando creo que puedo  dar mi respuesta más sincera.
De toda la vida  me ha gustado sentirme río. Río que nació allá lejos, entre montañas, entre deshielos, limpios, puros... Tan poca cosa. que sólo era agua para alimentar superficies   de chinas blancas en las que se podía mirar sin interferencias  el sol. No obstante, aquel burbujear casi en la nada emprendió camino, alimentándose de otros cauces, de otros canales, alimentándose y creciendo siempre a la sombra, al amparo de álamos plateados y cantos de ruiseñores.
 De haberte contestado a ti, amiga, un sí, o un no rotundo en aquellos años  o en estos a mi nieto hubiera sido una traición a ti  y a mí misma. Y es que solo cuando   el río crece,   crea grandes fondos en los que  puede bucearse en busca de algún tesoro perdido, o simplemente en busca de esa botella  que encerraba el mensaje. Por eso  un día, también ya lejano, ahondé en mis profundidades, revestida de soledad, de silencios, revestida de mi verdad, con las alas que me crecieron en el camino: intuición, objetividad, valor, sabiduría, discernimiento... Y allí, sin cielo ni infierno, sin voluntad que deba acatarse como antídoto  y remedio de todos los males o de todos los bienes, sin la vara, sin la puya que ordena, castiga o premia, allí, creando mi vida cada instante, sacándome de la nada, cuando yacía muerta por el dolor de tantas veces, allí, vivo, alumbrando mis oscuridades y revistiendo de amor mis alientos  perdidos,  allí estaba Dios.
Por eso hoy, emocionada,   quiero haceros partícipes de la única respuesta que sé, de la única quizás que pueda daros con toda sinceridad: Yo creo en Dios. No obstante,  comprendo que Dios no existe para todos. Quiero decir que hay que crecer, crear esas profundidades, zambullirse en ellas hasta la saciedad, con la única libertad que existe, la que nadie puede violarnos: la libertad de sentirnos auténticos. Pero Dios no es un molde  que sirva  para todos. Cada ser humano, mirándose a sí mismo, puede descubrir el verdadero rostro de Dios. El mío tiene el color y el  sabor de las lágrimas amargas, pero también, la sonrisa, la  paz, la calma, el amor que sostiene en vilo el agua de este río que sigue amamantándose de arroyos, en su profundo,  en su reverente  caminar hacia el mar. Algún día, podáis comprender, que, sin  manipulación, ni chantaje, lo que tu amiga y abuela   hoy quiere deciros, es algo más que unas palabras bonitas.
Y hoy, Lucrecia, entiendo que nuestro inocente juego tenía sentido. Sí, no podemos devolver la vida, pero si resucitar  esperanzas e ilusiones perdidas.

NOTA: Esta madrugada me levante bastante chunga. Al entrar en mi cafetería, alguien dijo: Isabel viene hoy de diez. Y el a oír aquellas lindas palabras  fui y me  “resucité” 

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