Querido amigo/a: Hoy quiero abrir una nueva “página”
de lectura que simultanearé con otras. ¿Quién es Lucrecia? Pregunta muy
repetida. Bueno, pues, Lucrecia eres tú, lector/a a quien deseo dedicar estas cartas que un día
fueron largos artículos en el Diario Córdoba. Posteriormente se editó un libro
que se agotó en un mes. Fue en los años noventa. Y ahí quedaron estas cartas que
hoy rehago, resumo y actualizo para
ti.
CARTA Nº 1
CREO EN DIOS
Querida Lucrecia: Hoy uno de mis nietos me ha
hecho una pregunta que me ha llevado a recordarte muy especialmente y es por
eso que te escribo. ¿Recuerdas cuando jugábamos
a estar vivas y muertas? A ti te gustaba
hacer de muerta; a mí de viva. Rígida en la hierba y con los ojos
cerrados esperabas a que te resucitara.
Y yo, de rodillas junto a ti mal rezaba
un avemaría y haciéndote un garabato de cruz en la frente repetía: ¡vive, vive! Y después, siempre la misma
pregunta: ¿tú crees en Dios? Esas cosas son inventos de los curas y de
las monjas de tu colegio. Yo tan solo sabía contestarte: no digas esas cosas. Y me quedaba un
poco triste. Hoy mi nieto me ha preguntado: abuela,
¿tú crees en Dios? Para ti y para él esta carta, hoy, cuando
creo que puedo dar mi respuesta más
sincera.
De toda la vida me ha gustado sentirme río. Río que nació allá
lejos, entre montañas, entre deshielos, limpios, puros... Tan poca cosa. que
sólo era agua para alimentar superficies
de chinas blancas en las que se podía mirar sin interferencias el sol. No obstante, aquel burbujear casi en
la nada emprendió camino, alimentándose de otros cauces, de otros canales,
alimentándose y creciendo siempre a la sombra, al amparo de álamos plateados y cantos
de ruiseñores.
De
haberte contestado a ti, amiga, un sí, o un no rotundo en aquellos años o en estos a mi nieto hubiera sido una
traición a ti y a mí misma. Y es que
solo cuando el río crece, crea
grandes fondos en los que puede bucearse
en busca de algún tesoro perdido, o simplemente en busca de esa botella que encerraba el mensaje. Por eso un día, también ya lejano, ahondé en mis
profundidades, revestida de soledad, de silencios, revestida de mi verdad, con
las alas que me crecieron en el camino: intuición, objetividad, valor,
sabiduría, discernimiento... Y allí, sin cielo ni infierno, sin voluntad que
deba acatarse como antídoto y remedio de
todos los males o de todos los bienes, sin la vara, sin la puya que ordena,
castiga o premia, allí, creando mi vida cada instante, sacándome de la nada,
cuando yacía muerta por el dolor de tantas veces, allí, vivo, alumbrando mis
oscuridades y revistiendo de amor mis alientos
perdidos, allí estaba Dios.
Por eso hoy, emocionada, quiero
haceros partícipes de la única respuesta que sé, de la única quizás que pueda
daros con toda sinceridad: Yo creo en Dios. No obstante, comprendo que Dios no existe para todos.
Quiero decir que hay que crecer, crear esas profundidades, zambullirse en ellas
hasta la saciedad, con la única libertad que existe, la que nadie puede
violarnos: la libertad de sentirnos auténticos. Pero Dios no es un molde que sirva
para todos. Cada ser humano, mirándose a sí mismo, puede descubrir el
verdadero rostro de Dios. El mío tiene el color y el sabor de las lágrimas amargas, pero también,
la sonrisa, la paz, la calma, el amor
que sostiene en vilo el agua de este río que sigue amamantándose de arroyos, en
su profundo, en su reverente caminar hacia el mar. Algún día, podáis
comprender, que, sin manipulación, ni
chantaje, lo que tu amiga y abuela hoy
quiere deciros, es algo más que unas palabras bonitas.
Y hoy, Lucrecia, entiendo que nuestro
inocente juego tenía sentido. Sí, no podemos devolver la vida, pero si
resucitar esperanzas e ilusiones perdidas.
NOTA: Esta madrugada me levante bastante
chunga. Al entrar en mi cafetería, alguien dijo: Isabel viene hoy de diez. Y el a oír aquellas lindas palabras fui y me
“resucité”
No hay comentarios:
Publicar un comentario